jueves, 24 de abril de 2014

La Indiferencia



El más grande pecado de la sociedad de nuestro tiempo, y de muchos de nosotros a nivel personal, es, sin duda, la indiferencia, que nace de nuestro egoísmo; del egoísmo que nos lleva a pensar que lo único que vale la pena es vivir para nosotros mismos, para conseguir lo que deseamos, lo que nos parece importante, lo que nos coloca por encima de los demás, lo que nos distingue del común de la gente, lo que nos acredita como los mejores en cualquier cosa que sea.

Indiferencia frente a Dios, a quien pretendemos sacar de nuestra vida, como si no existiera, porque su presencia nos estorba, pues es exigente y nos señala un camino para seguir.

Indiferencia frente a los demás hombres y mujeres que pueblan el mundo, particularmente hacia los más pobres, porque sus necesidades y su sufrimiento nos cuestionan, y cuestionan nuestra manera de ser y de actuar.

La indiferencia nos vuelve ciegos, sordos, mudos y paralíticos, sin que nos demos cuenta de ello.

La indiferencia endurece nuestro corazón y nuestras entrañas, y poco a poco va convirtiéndonos en máquinas de producir dinero, triunfos profesionales, honores sociales, al costo que sea.

La indiferencia nos quita lo que tenemos de humanos, que es a la vez, lo que no hace parecernos a Dios, de quien, creámoslo o no, aceptémoslo o no, nos guste o no, somos criaturas.

La indiferencia nos hace volvernos cada vez más sobre nosotros mismos, y al hacerlo, va empequeñeciéndonos hasta que nos hace irreconocibles aún para nuestros familiares y amigos más cercanos.

Jesús, en cambio, nos invita a ser sensibles. A enriquecer nuestra personalidad con el amor por los demás. A llenar nuestra vida de sentido, acogiendo en nuestro corazón la fe y la esperanza, que proyectan nuestro ser y nuestra vida a la eternidad. A buscar en todo lo que hacemos, decimos y pensamos, el bien para nosotros mismos y para los demás.

Jesús nos invita a ser sencillos y humildes. A pensar en los otros antes que en nosotros mismos. A desear ser cada día mejores personas: a servir con mayor empeño a quienes viven a nuestro lado, a compartir lo que somos y lo que tenemos en el plano material y en el plano espiritual, con quienes nos rodean, a crecer intelectual y espiritualmente cuanto nos sea posible.

Jesús nos invita a poner a Dios en el centro de nuestra vida, con la certeza de que al hacerlo, no estamos volviéndonos retrógrados o cerrados, como mucha gente piensa, sino, por el contrario, elevándonos por encima de nuestras limitaciones y nuestras carencias, propias de nuestro ser de criaturas, y realizando lo que Él quiso al crearnos a su imagen y semejanza.

“La Palabra de Jesús va al corazón porque es Palabra de amor,
es palabra bella y lleva al amor, nos hace amar”.

Papa Francisco

Ciao.

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