sábado, 21 de octubre de 2017

“Contento, Señor, contento”


No somos santos porque no queremos. Nos da vergüenza el simple hecho de pronunciar tal palabra, como si de una vulgaridad se tratara.
Pero, ¿Por qué le tenemos miedo a la santidad? 
Algunos por definiciones erróneas o, sencillamente, porque nunca se han planteado con valentía la posibilidad de gastarse por los hermanos que sufren.
La santidad nos atemoriza porque todos queremos ser jefes, cuando en realidad se trata de considerar a los marginados como nuestros “patroncitos”.
Y si de necesitar un ejemplo se trata, recordemos por un momento al hombre que ante las dificultades repetía: “Contento, Señor, contento”.
Así vivió el Padre Hurtado –“San Alberto Hurtado”– quien en su camino hacia la santidad descubrió que no se trata de ser más, sino menos; y que el proyecto del Reino requiere de cristianos que prefieran “gastarse antes que oxidarse”.
Ante tal testimonio, ¿Quién quiere ser un fuego que encienda otros fuegos?

Espiritualidad Ignaciana

Ciao.

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