domingo, 22 de marzo de 2009

Andar en bicicleta con Dios



A veces es difícil creer en Dios cuando lo que vivimos no se asemeja a lo que esperabámos de la vida.

Cuando los tiempos son difíciles, cuando la incertidumbre parece ser nuestra única compañía, cuando la soledad se queda a vivir en casa, y cuando nos sentimos desfallecer porque la debilidad se apodera de nosotros parece que Dios nos abandonó…

Sin embargo en esa debilidad es cuando podemos encontrar a Dios, pues es ahí, en ese momento, en que se muestra más que en otros, Él se acerca para ayudarnos a seguir.

Nos tiende sus manos, nos levanta, y nos guía.

Hablamos de fe, pero muchas veces nuestra fe es tan pequeña, tan tierna que como un nuevo brote de una planta ante la mínima brisa se rompe.

Fe es sentir y creer que todo es posible, que no estamos solos.

Ante las adversidades, nos resistimos.

Nuestra angustia no nos permite avanzar, nos bloqueamos, nos dejamos morir un poco, renegamos por lo que nos tocó vivir y no hacemos nada por volver a empezar.

Tampoco nos detenemos a mirar a Dios y abrirle nuestro corazón para pedirle que nos sane y para que alivie el peso que tenemos en él.

Quizás Él solo nos está gritando:

-”¡Pedalea!” y nos pide que nos subamos con fe a ese autobús que puede llevarnos hacia un futuro mejor.

Aun con un hilo de vida, podemos confiar en que Él nos ama y nos acompañará en nuestro viaje.

Cerremos los ojos y confiemos porque en esos momentos Dios solo nos pide que confiemos en Él.

Mirad lo que nos enseña esta preciosa reflexión, que me han mandado.

Al principio veía a Dios como el que me observaba, como un juez que llevaba cuenta de lo que hacía mal, como para ver si merecía el cielo o el infierno cuando muriera.

Era como un presidente, reconocí su foto cuando la vi, pero realmente no lo conocía.

Pero luego reconocí a mi Poder Superior.

Parecía como si la vida fuera un viaje en bicicleta, pero era una bici de dos, y noté que Dios viajaba atrás y me ayudaba a pedalear.

No sé cuando sucedió, no me di cuenta cuando fue, que Él sugirió que cambiáramos lugares, lo que sí se es que mi vida no ha sido la misma desde entonces…

Mi vida con Dios es muy emocionante. Cuando yo tenía el control, yo sabía a donde iba.

Era un tanto aburrido pero predecible.

Era la distancia más corta entre dos puntos.

Pero cuando Él tomó el liderazgo, Él conocía otros caminos, caminos diferentes, hermosos, por las montañas, a través de lugares con paisajes, velocidades increíbles.

Lo único que podía hacer era sostenerme, aunque pareciera una locura, Él sólo me decía: ¡Pedalea!.

Me preocupaba y ansiosamente le preguntaba, “¿A dónde me llevas?”

Él sólo sonreía y no me contestaba, así que comencé a confiar en Él.

Me olvidé de mi aburrida vida y comencé una aventura, y cuando yo decía “estoy asustada”, Él se inclinaba un poco para atrás y tocaba mi mano.

Él me llevó a conocer gente con dones, dones de sanidad y aceptación, de gozo.

Ellos me dieron esos dones para llevarlos en mi viaje. Nuestro viaje, de Dios y mío.

Y allá íbamos otra vez.

Él me dijo “Comparte estos dones, dalos a la gente, son sobrepeso, mucho peso extra”.

Y así lo hice… a la gente que conocimos, encontré que en el dar yo recibía y mi carga era ligera.

No confié mucho en Él al principio, en darle el control de mi vida.

Pensé que la echaría a perder, pero Él conocía cosas que yo no sabía acerca de andar en bici… secretos.

Él sabía como doblar para dar vueltas cerradas, brincar para librar obstáculos llenos de piedras, inclusive volar para evitar horribles caminos.

Y ahora estoy aprendiendo a callar y pedalear por los más extraños lugares.

Estoy aprendiendo a disfrutar de la vista y de la suave brisa en mi cara y sobre todo de la increíble y deliciosa compañía de mi Dios.

Y cuando estoy segura que ya no puedo más, Él sólo sonríe y me dice:

“¡Pedalea!”


Ciao.



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