Hoy "paseando" por Facebook, al cual pertenezco, me ha llamado la atención un artículo de Guillermo Urbizu, un artículo titulado "Pandemia del alma".
En estos tiempos en que se habla de pandemias, contagiadas en otro países, y propagadas por todo el mundo, gracias a la globalidad de nuestro mundo, pero aquí nos enfrentamos a una, que se está instalando entre nosotros y que es mucho más dañina que las víricas.
Porque esta pademia, no necesita mascarillas para no ser contagiada, porque esta enfermedad se contagia por la debilidad del alma, que se ha instalado entre nosotros.
Os dejo con esta preciosa reflexión, y espero que nos haga a todos pensar, de nuestra actitud en esta vida.
"¿Qué esperamos para sacar conclusiones, para mirar al cielo y dejar de tener miedo? La vacuna universal la tenemos a nuestro alcance. Es Dios. En Persona.
El mundo ha entrado en trepidación. Los gobiernos intentan poner calma. Las familias -sobre todo las mejicanas- están asustadas. La gente tiene miedo. Y es el que el hombre, por más que fanfarroneemos, es un ser débil, expuesto a muchos peligros.
Creemos que no puede suceder nada y que siempre les va a ocurrir las calamidades a los otros. El hombre del siglo XXI se enorgullece de su ciencia y de su tecnología, de un poder que parece indestructible. Pero el caso es que seguimos muriendo.
Cada día hay catástrofes y vandalismos, asesinatos y suicidios, hambre y agonía… El hombre no está tan seguro como aparenta. Ni tan feliz. La angustia destroza la esperanza, y la soberbia nos paraliza el sentido común.
Y ya ven: un simple virus, algo microscópico, causa estragos. Nos podemos morir. Y es que vivimos ausentes de Dios y obcecados en innumerables patrañas. Con el alma olvidada en algún rincón, a la intemperie.
Y es que el hombre es muy dado a olvidar, a disimular entre ruidos, juegos y mentiras aquello que podría resultar molesto a su cómoda vida. Mejor no pensar en exceso, hacer unos oportunos regates a la conciencia y no comprometerse con la verdad. Y llamamos vida a pasar horas aletargados ante la televisión o internet, a comprar sin medida, a presumir de lo que carecemos o a utilizar el sexo según sea la apetencia del día.
Por ejemplo. Es como una anestesia. Y conseguir las cosas sin esfuerzo es una constante postmoderna que caracteriza a nuestra sociedad y a la educación de nuestros hijos. De ahí tanto fracaso escolar, universitario y existencial. Y nadie quiere saber nada del dolor. Sobre todo del propio, claro.
Sólo es lícito el placer y el dispendio. Nada, nada de sufrimiento. No se concibe en una mente moderna, envalentonada en su soberbia y prosapia.
Pero el miedo nos hace sufrir. El miedo a lo imprevisto. El miedo a la enfermedad (aunque la posibilidad sea muy remota). El miedo a morir. El miedo a la realidad. El miedo es el peor de los virus.
Y se tiene miedo porque basamos casi toda nuestra existencia en hacer oídos sordos al amor de Dios. Por eso, cuando llegan circunstancias así -en este caso la propagación del virus A/H1N1- es bueno pensar un poco en qué estamos haciendo con nuestras vidas.
Pensar si de verdad somos felices o nos estamos conformando con lo más rudimentario. Reflexionar sobre el sentido de lo que ocurre en el mundo y a nuestro alrededor. Porque todo tiene un sentido que es preciso descubrir. Y una providencia. No somos producto del azar ni somos sólo genomas o un variopinto muestrario de células mortales.
Somos más porque somos hombres. Y somos hombres porque tenemos alma. ¿Qué esperamos para sacar conclusiones, para mirar al cielo y dejar de tener miedo?
La vacuna universal la tenemos a nuestro alcance. Es Dios. En persona."
La reflexión podéis encontrarla en:
http://es.catholic.net/lai
Y os invito a visitar el Blog de Guillermo en:
www.guillermourbizu.com
Ciao.
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