Nuestros ojos ven aquello que nuestra mente proyecta porque los pensamientos son como imanes: Atraen situaciones de la vida.
Es así como inventamos nuestro camino a medida que avanzamos en él.
Y en el camino están los otros, las personas, la gente, el resto del mundo... los humanos como tú y como yo.
Es con estos seres con los que orquestamos nuestra emotividad, estableciendo un complejo sistema de trueque afectivo donde dar y tomar no es siempre claro y transparente.
Observemos con atención este engranaje: Aquella persona con la cual tenemos cuentas pendientes se presentará una y otra vez delante de nosotros.
Quizás lo hará con otra cara, con otro nombre, en otra ciudad, pero ese íntimo conflicto resurgirá cíclicamente en nosotros, porque es nuestra persona la que lo atrae. Porque funcionamos como un imán de los afectos, por eso tenemos la sensación de ser al mismo tiempo prisioneros y verdugos, y es por eso, que nos solemos enamorar siempre del mismo tipo de personas y nos ahogamos siempre en los mismos problemas.
Esto funciona por una razón fundamental: No están ahí para castigarnos, sino para darnos otra oportunidad.
Sí, todo conflicto desea ser resuelto, éste es el motivo de su obstinada existencia. Por eso, aunque nuestra marcha nos lleve aquí o allá, nuestro mundo interno nos seguirá como una sombra fiel.
Afrentémoslo, plantémosle cara y superaremos todo aquello que detiene nuestros pasos.
Si no... ¿Por qué razón nos proponemos avanzar?
Nuestras batallas privadas no son casualidades: Los que se oponen a nuestra marcha, aquellos que consideramos enemigos, aquello que llamamos el mal, se manifiesta ante nosotros con mil disfraces, pero con un único origen.
Creceremos cuando venzamos nuestros miedos personales, cuando arranquemos de una vez y para siempre las raíces de nuestro sufrimiento y nuestros complejos.
Debemos tener esperanza y atendamos a esta buena noticia:
Nuestros conflictos tienen la clave para su resolución.
Sí, nuestros íntimos huracanes desean cambiarse a suave brisa de primavera, ya que existe en todas las almas un punto fijo, un eje, un impulso que alienta la marcha.
Es como un soplo, una intención de nuestro ser profundo que actúa defendiendo su derecho a la vida.
Es eso, como unas manos invisibles que nos levantan cada vez que caemos y cuyo aliento nutre la llama de la esperanza aunque el camino se deshaga a nuestro pies. Debemos reconocerlo y apoyarnos en él.
Cuando seamos capaces de quitarle la máscara a ese personaje que proyectamos al mundo, a eso que dice ser nosotros, podremos ver aquello que entorpecía nuestro caminar, llenaba de humo nuestro ojos y de amargura el corazón.
Entonces algo sucederá, ya que la pulsación de la vida es contagiosa: Si vencemos ese combate, nos será devuelta toda la fuerza que creíamos perdida, algo se romperá dentro de nosotros, como un río de energía que se desborda y nos inunda, como un viento de liberación que llena nuestros pulmones y sentiremos la fuerza de la vida circular sin trabas en nuestro interior.
Conciencia cósmica, armonía, éxtasis... llamémoslo como queramos. Lo cierto es que desde ese momento nada será igual que antes.
Porque si logramos cambiar nuestra mirada del pasado, nuestra comprensión de lo que sucedió, entonces en nuestro pasado cambiará y aquello que llamamos realidad podrá tomar otro aspecto y el día será distinto.
Y ya no tendrá nada que ver con la muerte ni con la pena que estábamos sufriendo: Ese impulso supera la muerte y justifica tu vida.
Ciao.
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