miércoles, 14 de octubre de 2009

Consejos antiguos para tiempos modernos



Así se relacionaban los verdaderos cristianos con el mundo:

Los cristianos no difieren de otros seres humanos en cuanto al lugar donde habitan, el lenguaje que hablan o las costumbres que tienen.

Viven entre los griegos y entre los bárbaros, dondequiera que el destino los ubica. Siguen las costumbres locales en cuanto a su indumentaria, su dieta y otros asuntos externos. Pero su forma de vivir es sin embargo extraña e increíble para muchos.

Viven en su tierra nativa, pero como forasteros de paso. Como ciudadanos comparten con su prójimo y sin embargo se les trata como extranjeros; cualquier país lejano es tierra natal para ellos, y toda tierra natal es un país extranjero. Se casan como los demás y engendran hijos, pero no practican el aborto. Comparten la mesa pero no la cama.

Viven en la carne pero no de acuerdo a la carne. Viven en la tierra pero consideran al cielo su ciudad. Obedecen la ley del lugar donde están pero en su forma de vida van más allá de lo que requiere la ley. Aman a todos y todos los persiguen. Nadie los conoce pero todos los condenan; los matan y sin embargo siguen viviendo.

En breve: Lo que el alma es para el cuerpo, así son los cristianos para el mundo. El alma habita en el cuerpo pero no tiene su origen en él; los cristianos habitan en el mundo pero no tienen su origen en él. El alma invisible habita en el cuerpo visible; a los cristianos se les considera habitantes del mundo, pero su religiosidad es invisible.

Por otra parte, el cuerpo, aunque no sufre nada a causa del alma, la odia y le hace la guerra porque no le deja disfrutar sus placeres en paz. El mundo no sufre nada a causa de los cristianos, pero los odia porque ellos rechazan sus placeres.

El alma ama al cuerpo y sus miembros la odian; así también los cristianos aman a aquellos que los odian. El alma está dentro del cuerpo, pero contiene al cuerpo; los cristianos deben permanecer en el mundo como en una prisión, pero dentro de ellos está el mundo. El alma inmortal vive en una casa mortal; los cristianos son peregrinos en un mundo corruptible, mientras esperan la inmortalidad celestial. Dios los ha enviado al mundo como sus centinelas, y ellos no pueden abandonar sus puestos.

(De la Carta a Diognetus, escrita a mediados del segundo siglo por San Justiniano, Mártir.)

Ciao.

2 comentarios:

Angelo dijo...

Conocía este texto y si supieras lo que llegó a gustarme. Es el sueño en mi vida. Ser el testimonio para los demás del amor de Cristo entre nosotros. En los blogs, ese es mi empeño. Me ha encantado la Santa Cena que has puesto. Un beso

lojeda dijo...

Querido amigo, también es mi empeño. En eso coincidimos, aunque tengo la sensación de casi nunca lo consigo.
Un abrazo