domingo, 15 de noviembre de 2009

Precioso testimonio de Fe y renuncia



Me llega esta carta vial mail, y como en otras ocasiones, me decido a editarla, porque me parece un a precioso testimonio de fe y a favor de la vida.

CARTA DE LUCY VERTRUSC:

Veamos ahora el testimonio de una religiosa, violada en Bosnia por los soldados serbios durante la guerra en 1994. La carta la dirige a su Superiora.
Este hecho traumático la situó ante una encrucijada como persona y como religiosa. En la carta que Lucy escribió a su Superiora explica cual va a ser su respuesta a la violencia y al odio: “Alguien tiene que empezar a romper la cadena de odio que destruye desde siempre nuestros países.
Por eso, al hijo que vendrá le enseñaré sólo el amor”.
Ella narra con toda claridad el horror de aquella noche. Pero manifiesta su amor y su esperanza en ese Dios bueno, que la ha llamado a compartir con miles de mujeres de su pueblo la tragedia de la guerra, y que le ha abierto el camino de vivir su vocación de consagrada de otra manera: En su pueblo, con su familia y educando a su hijo en el camino del perdón y del amor.

Ojalá que este testimonio pueda servir también a muchas otras mujeres que han sido violadas y que se preguntan sin respuesta; ¿Por qué Dios lo permitió? Hay muchas cosas que sólo Dios puede responder, pero lo cierto es que, muchas veces, escribe derecho con renglones torcidos.
Lo importante es que sepan perdonar, que no guarden rencor ni odio en su corazón para los agresores; pues, entonces, el odio no les dejará vivir en paz.
De todos modos, si ellas fueron víctimas inocentes de la violencia brutal, su alma no quedó contaminada y, a los ojos de Dios, su alma sigue pura y limpia como antes.


“Soy Lucy, una de las jóvenes religiosas que ha sido violada por los soldados serbios. Le escribo, Madre, después de lo que nos ha sucedido a mis hermanas Tatiana, Sandra y a mí.
Permítame no entrar en detalles del hecho. Hay en la vida experiencias tan atroces que no pueden contarse a nadie más que a Dios.

Mi drama no es tanto la humillación que padecí como mujer ni la ofensa incurable hecha a mi vocación consagrada, sino la dificultad de incorporar a mi fe un evento, que ciertamente forma parte de la misteriosa voluntad de Aquel, a quien siempre consideré mi Esposo divino.
Me preguntaba por qué Dios permitió que yo fuese desgarrada, destruida, precisamente en lo que era la razón de mi vida, pero también me preguntaba a qué nueva vocación Él quería llamarme.
¿Qué es, Madre, mi sufrimiento y la ofensa recibida, comparados con el sufrimiento y la ofensa de Aquel por quien había jurado mil veces dar la vida?
Le dije despacio, muy despacio:
- “¡Que se cumpla tu voluntad, sobre todo, ahora que no tengo dónde aferrarme y que mi única certeza es saber que Tú, Señor, estás conmigo!”

Madre, le escribo no para buscar consuelo, sino para que me ayude a dar gracias a Dios por haberme asociado a millares de mujeres ofendidas en su honor y obligadas a una maternidad indeseada.
Mi humillación se añade a la de ellas, y, porque no tengo otra cosa que ofrecer en expiación por los pecados cometidos por los anónimos violadores y para reconciliación de las dos etnias enemigas, acepto la deshonra sufrida y la entrego a la misericordia de Dios.

No se sorprenda, Madre, si le pido que comparta conmigo un “gracias” que podría parecer absurdo. En estos meses he llorado un mar de lágrimas por mis dos hermanos asesinados por los mismos agresores que van aterrorizando nuestras ciudades, y pensaba que no podría sufrir más que eso. ¡Tan lejos estaba de imaginar lo que me habría de suceder!

A diario llamaban a la puerta de nuestro convento centenares de criaturas hambrientas, tiritando de frío, con la desesperación en los ojos. Hace unas semanas un muchacho de 18 años me dijo:
- “Dichosas ustedes que han elegido un lugar donde la maldad no puede entrar”.
El chico tenía en la mano el rosario de las alabanzas del Profeta.
Y añadió en voz baja:
- “Ustedes no sabrán nunca lo que es la deshonra”.

Pensé largamente sobre ello y me convencí de que había una parte del dolor de mi gente que se me escapaba y casi me avergoncé de haber sido excluida. Ahora soy una de ellas, una de las tantas mujeres anónimas de mi pueblo, con el cuerpo devastado y el alma saqueada.
El Señor me admitió a su misterio de vergüenza. Es más, a mí, religiosa, me concedió el privilegio de conocer hasta el fondo la fuerza diabólica del mal.

Sé que de hoy en adelante, las palabras de ánimo y de consuelo que podré arrancar de mi pobre corazón, ciertamente serán creíbles, porque mi historia es su historia, y mi resignación, sostenida por la fe, podrá servir, si no de ejemplo, por lo menos de referencia de sus reacciones morales y afectivas. Basta un signo, una vocecita, una señal fraterna para poner en movimiento la esperanza de tantas criaturas desconocidas.

Dios me ha elegido (que Él me perdone esta presunción) para guiar a las más humilladas de mi pueblo hacia un alba de redención y de libertad. Ya no podrán dudar de la sinceridad de mis palabras, porque vengo, como ellas, de la frontera del envilecimiento y la profanación.

Recuerdo que cuando frecuentaba en Roma la Universidad “Auxilium” para la Licenciatura en letras, una anciana eslava, profesora de literatura, me recitaba estos versos del poeta Alexej Mislovic:
“Tú no debes morir, porque has elegido estar de la parte del día”.

La noche, en que por horas y horas fui destrozada por los serbios, me repetía estos versos, que los sentía como un bálsamo para el alma, enloquecida ya casi por la desesperación.
Ahora ya todo pasó y, al volver hacia atrás, tengo la impresión de haber sufrido una terrible pesadilla.

Todo ha pasado, Madre, pero todo empieza. Yo, ya decidí. Seré madre. El niño será mío y de nadie más. Sé que podría confiarlo a otras personas, pero él, aunque yo no lo quería ni lo esperaba, tiene el derecho de mi amor de madre.
No se puede arrancar una planta con sus raíces. Realizaré mi vocación religiosa de otra manera. Nada pediré a mi Congregación, que me ha dado ya todo.
Estoy muy agradecida por la fraterna solidaridad de las Hermanas, que en este tiempo me han llenado de delicadezas y atenciones, y particularmente por no haberme importunado con preguntas indiscretas.

Me iré con mi hijo. No sé dónde, pero Dios, que rompió de improviso mi mayor alegría, me indicará el camino a recorrer para hacer su voluntad.
Volveré pobre, retornaré al viejo delantal y a los zuecos que usan la mujeres los días de trabajo y me iré con mi madre a recoger a nuestros bosques la resina de la corteza de los árboles.

Alguien tiene que empezar a romper la cadena de odio, que destruye desde siempre nuestros países. Por eso, al hijo que vendrá le enseñaré sólo el amor.
Este mi hijo, nacido de la violencia, testimoniará junto a mí, que la única grandeza que honra al ser humano es la del perdón”.

Ciao.

2 comentarios:

Magicomundodecolores dijo...

¡Dios, esto es un testimonio muy duro! He llorado al leero, creo que lo único que ha salvado a esta mujer es su fe en Dios.
Espero que pueda criar a su hijo en paz, rezaré para que así sea.
Es una carta que debería ser publicada en un periódico para que todos la conocieran y supieran de los horrores de las guerras, para que a nadie le de deseos de pelearse con el prójimo así como así.
Gracias por enseñarla aquí en el blog, la copio para mostrarla en mi grupo.
¡Bendito sea el Señor que nos sostiene y acompaña!

lojeda dijo...

Estoy de acuerdo contigo, querida amiga. Es un testimonio verdaderamente alucinante, y demuestra la FUERZA nos da Dios cuando confiamos en Él. Esta mujer luchó con todas sus fuerzas por su vocación, pero vio la mano de Dios en lo que le había sucedido y entonces quiso hacer sus voluntad, criando a ese niño que no había tenido culpa de venir al mundo.
Muchas mujeres deberían aprender de la fuerza de esta mujer valiente.
Gracias una vez mas por tu enriquecedor comentario, y te agradezco que des publicidad a esta carta entre los tuyos.
Un beso grandote.