jueves, 22 de abril de 2010

Responsabilidad



¡Qué fácil es encontrar al culpable, y no precisamente uno mismo, cuando una situación se torna negativa o es anómala!
Es algo que se puede comprobar con gran facilidad y sin necesidad de ir muy lejos.

Cualquiera de nosotros sabe que le resulta muy difícil reconocer los propios errores, tanto para sí como ante los demás, aunque esto último sea aún más complicado, porque el respeto humano, la falta de sencillez o de humildad, el orgullo, la vanidad... nos suele llevar a las personas a no mostrarnos con la transparencia deseada y necesaria.

Pero estos motivos, no parece que sean los que realmente hagan que las personas reaccionemos con un comportamiento, social, comunitario o personal, poco defendible, y tantas veces injustificable.
Más bien habrá que encontrar la respuesta en el escaso sentido de la responsabilidad con el que se vive hoy.
Echar la culpa al otro por sistema, o querer justificar la situación incorrecta, no es la solución, con todos los perjuicios que ello acarrea, sin aceptar lo que puede ser más que probable: Que el que tengamos alguna responsabilidad en el hecho o situación negativa surgida, no deja de ser algo, cuando menos, bochornoso, pero que puede tener solución.

Parece que estos tiempos no se caracterizan, precisamente, por encontrar en la sociedad personas capaces de un compromiso coherente con el lugar que les ocupa o la responsabilidad que les corresponde.
Preferimos la mayoría de las veces pasar sin hacernos notar, y poder, así, pasar por la vida sin complicaciones.

Estimulados por la sociedad de consumo y apegados a todo lo que ella ofrece, solemos dar de lado a los valores importantes para la persona y el entorno vital que la acompaña.

No queremos atender a las condiciones y consecuencias que impone "esta vida sin complicaciones”, a las “exigencias” que van imponiendo progresivamente, y que terminarán condicionándolo todo, de tal forma, que nos pueden llevar a situaciones definitivas y sin retorno.

Con esta actitud, podemos llegar a verdaderas esclavitudes enmascaradas, que, sin tal apariencia, hacen que las personas vivamos inmersas en unos roles impropios de nuestra situación personal y social reales, y lejos de unos principios morales que recibimos en su momento; que cultivamos y que, de una forma engañosa, abandonamos en un momento dado de su vida, ante cualquier asomo de bienestar: Dinero, influencias y poder, vanidades del mundo, etc.

Y a cambio de todo esto, solemos aparentar felicidad, que en el fondo será una felicidad ficticia, porque realmente no estamos viviendo como nuestros principios nos marcaban y exigían.
Disfrutaremos de un bienestar exterior, que no pocas veces se nos hará cuesta arriba, porque pronto esta situación nos pedirá unas compensaciones duras de satisfacer.
Un bienestar material que quisiéramos cambiar, por la paz de nuestra conciencia y que, con alguna frecuencia, se ve violentada al tener que aceptar y secundar pensamientos y acciones que nos repugnan, o simplemente contrarios a nuestros principios morales.

Lógicamente toda esta situación no termina en la persona individual como sujeto de un comportamiento responsable o irresponsable, sino que por derivación lógica afecta e influye en su entorno más cercano: Familia, trabajo, amigos etc. Y lo hace de una forma tan determinante, que sin poder evitarlo, tiene unas consecuencias beneficiosas o negativas, según la realidad y el desarrollo del comportamiento en cuestión.

No hay duda que está bien que todos nos esforcemos por conseguir un bienestar familiar, laboral y social adecuado, y lo más beneficioso posible para nosotros y los nuestros, pero lo que nunca debemos hacer es hipotecar los valores esenciales, que han de ser el motor de nuestra vida, por las realidades terrenales que son tan superfluas como transitorias.

Es una verdadera lástima que el hombre, ser trascendente en su propia esencia, se comporte tantas veces como un ser exclusivo de este mundo terrenal, con la paradoja de que, como interiormente siente su trascendencia, reduzca esta vida trascendente, a la materialidad que le impulsa, y pretenda que lo transitorio y caduco sea como si fuera a durar infinitamente, aunque en el fondo él sabe que no es así, pero todas sus respuestas a la vida pretenden que le hagan ver lo contrario.
La base de toda esta realidad está en el sentido de la responsabilidad, de la que lamentablemente renunciamos con bastante frecuencia, sin pararnos a pensar en que, al vivir sin este sentido de la responsabilidad, lo que termina lográndose es, en muchas ocasiones, la degradación misma de la persona, porque entre las pérdidas más sensibles estará la pérdida de su auténtica la libertad.

Se quiera o no, la persona tiene una capacidad de derecho para reconocer y aceptar las consecuencias de lo que hace libremente. Y esta capacidad se llama responsabilidad.

Cuando la persona se comporta responsablemente quiere decir que, para ella no cabe el “todo vale”, que se ejercita con demasiada frecuencia en nuestra sociedad actual, porque priman los egoísmos y deseos de cualquier tipo, que han de conseguirse “como sea” y "a costa de lo que sea".
Se dice que no, porque la justicia y los derechos humanos prevalecen por encima de todo, pero al fin, en la lucha diaria de la vida, se comprueba infinidad de veces que el comportamiento personal no es así.

Los medios de comunicación, particularmente los denominados "de masas", suelen hacer un muy mal servicio a las personas y a la sociedad cuando no fomentan este sentido de la responsabilidad, mostrando modelos de comportamiento que para nada están determinados por los principios de la libertad interior auténtica y de la integridad de la persona, que ha de llevar a la exigencia personal del reconocimiento y asunción de las consecuencias en todas sus dimensiones y las respuestas que éstas demanden.

No valen los modelos de vida que aparecen como unos adalides de la libertad, porque pueden hacer lo que quieren en muchos aspectos de la vida, pero en el fondo no viven responsablemente al no aceptar y asumir las verdaderas consecuencias de sus actos. Aquí podríamos decir la tan manida frase de "haz lo que yo diga, pero no lo que yo haga".

Vivir con un verdadero sentido de la responsabilidad, exige mucho a la persona, porque a todo lo que es importante y trascendente en la vida hay que tener y darle una respuesta adecuada.

Podemos decir, para terminar, que una persona, cuando quiere ser responsable y vivir como tal, ha de reflexionar mucho sobre sus opciones y sus comportamientos, así como en las consecuencias que tendrán, porque no puede aceptar cualquier cosa para conseguir un fin, ya que en este mundo tan disparatado, ni “todo vale”, ni “el fin justifica los medios”.

Ciao.


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