sábado, 29 de mayo de 2010

La Fe del trastero (Alex Navajas)


En estos tiempos en la religión católica está en tela de juicio, sobre si hay más creyentes o menos que en otros tiempos, si se practica más o menos que en tiempos de nuestros padres, y en el que la religión y el compromiso con la Iglesia está también cuestionado, y cuando se confunden la Fe verdadera, con la religiosidad popular y las grandes y masivas manifestaciones religiosas, cuando a los católicos se nos llama y se ataca por todos lados, nos viene esta reflexión de Alex Navajas, que una amiga me ha mandado.
Es una poequeña reflexión para calibrar cada uno de nosotros, en qué punto de creencia religiosa estamos, y en que estado nos podemos catalogar.

"No son pocos los que viven su fe cristiana con aburrimiento y rutina. Cumplen unos preceptos, conocen una doctrina y van tirando.
Se parecen a aquel al que invita a un palacio estupendo y, al llegar, se equivoca y entra por la puerta del trastero.
Una vez dentro, se fija en las telarañas, en todo el polvo que flota en el ambiente, en la oscuridad del lugar y en los cachivaches amontonados de cualquier manera. Cuando vuelve a salir, le preguntan por la mansión.
- «Buff, menudo espanto. Eso ni es palacio ni es nada», responde.
La conclusión es fácil: Habría bastado con que hubiera abierto la puerta que comunicaba con la mansión para haberse llevado una impresión muy distinta.

Y es que basta con hablar con algunos cristianos para darse cuenta de que, en su vida de fe, no han pasado del trastero y sus telarañas.
Para ellos, todo es prohibición y pecado; la misa del domingo es un fastidio y lo único que se espera es que «el cura acabe pronto».
Pero, ¿Es que Cristo se hizo hombre sólo para cargarnos un fardo pesado y aburridísimo? ¿Fue eso todo lo que consiguió? ¿Valió la pena que muriese en la cruz para que los cristianos le siguiéramos entre bostezos y protestas?
Ya lo dijo San Juan Bosco: Una de las armas que emplea Satanás para alejar de Dios a los jóvenes –y, en realidad, no sólo a los jóvenes– es el aburrimiento. Y, cuando San Francisco deambulaba por las calles de Asís gritando aquello de «¡El amor no es amado!», seguramente sentiría lástima de esos cristianos aburguesados y rutinarios que le miraban entre incrédulos y burlones.

Alex Navajas

Ciao.

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