lunes, 1 de noviembre de 2010

Recordando a nuestros santos y difuntos





"Los santos no son personas que nunca han cometido errores o pecados, sino quienes se arrepienten y se reconcilian". (Benedicto XVI)

RECORDANDO A NUESTROS FAMILIARES ... nos llega el mes de Noviembre, y nos invita a acercarnos aún más a nuestros difuntos, para rendirles de un modo especial, nuestro recuerdo y agradecimiento, aunque ya no están junto a nosotros físicamente.

El día 1, festividad de todos los Santos, es el recuerdo de esas personas anónimas, que han pasado por este mundo haciendo en bien, sembrando alegría, positivismo, caridad, y ayudando a cada persona que lo ha necesitado.
Eso es para Dios ser santos. Ser santos no es hacer grandes heroicidades. Ser santos no es mortificarse cada día hasta perder la vida. No. Ser santos es hacer, como decía la Madre Teresa de Calcuta, "de las cosas ordinarias, algo extraordinario".
Si amigos, eso es ser santo.
Aceptar cada día lo que "nos venga" con la serenidad y la alegría, sabiendo que lo que vivimos en esos momentos de tristeza y contrariedad, es para nuestra gloria y nuestra propia salvación y la del mundo.

Continuamos la semana con el día 2, día de difuntos, día de reflexión y meditación, para pensar en la muerte como un tránsito necesario para poder disfrutar después de la vida eterna.

Por ello, cuando llega el día dedicado a ellos, solemos acudir a visitar el Cementerio. Solos o en familia, y siguiendo una tradición transmitida de padres a hijos y hacemos el recorrido por los nichos y panteones de familiares y conocidos, para elevar una oración ante los restos que allí descansan en paz, hasta el final de los siglos.

Cuando todo haya terminado para nosotros, la única luz que alumbrará "nuestra vida", serán las obras que dejamos, el bien que en esta vida realizamos y los frutos que en nuestro entorno logramos sembrar.
Nadie muere del todo, si cuando se va, deja amistad, servicio, bondad, sonrisas y amor, con su presencia y en los corazones de las personas que deja en la tierra.
La muerte nunca tendrá la victoria, pues le ganamos la partida al dejar lo mejor de nosotros, en el corazón de los seres que hemos servido, ayudado y amado en vida.

El cristiano no le puede tener miedo a la oscuridad de la muerte, pues ha depositado su fe en Cristo, que es antorcha de amor y de esperanza, la cual alumbrará nuestra vida hacia la eternidad.
Amigos, no dejemos pasar estos dos días, cruciales en el mes de Noviembre, como dos días más de fiesta y de puente.
Merece la pena, a pesar del dolor que nos traiga al recuerdo y la ausencia física de nuestros seres queridos, rezar por ellos, visitar sus tumbas, y recordar todos los momentos vividos junto a ellos.

Ciao.


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