Preciosa explicación sobre la, no menos preciosa, oración de "La Salve".
Para orarla.
En la formación religiosa de todo cristiano ocupan un lugar muy relevante aquellas plegarias que desde niños hemos estado escuchando y rezando.
De una forma imperceptible pero eficaz esas oraciones han ido formando nuestra piedad y delineando nuestro trato con Dios, con la Santísima Virgen, con el ángel de la guarda y con los santos.
Todas ellas, han enriquecido nuestra oración con unas determinadas actitudes, sentimientos y modos de invocar que sin duda influyen hoy en nuestra vida.
Sin embargo, tales oraciones, a base de repetición, pueden perder su brillo y atractivo, como ciertas hermosas catedrales y monumentos que ya no inspiran nada al transeúnte que ha vivido siempre frente a ellas. No obstante, bastaría detenerse un momento y contemplarlas tranquilamente para arrancarles nuevos secretos y emociones.
Una de estas oraciones es la Salve Regina. Se trata de una oración muy antigua que consta por la historia que ya existía en el siglo XI, antes de la primera cruzada y, de hecho, su vocabulario rebosa de la cortesía y galantería que por aquellos tiempos se comenzaba a abrir paso en la sociedad.
La Salve es una oración que ha gustado en todas las épocas por su brevedad y sencillez, por su ternura y profundidad, en la que se entrelazan de modo admirable la tristeza del peregrino y la esperanza del creyente.
No por nada, tanto los franceses como los españoles y alemanes se han disputado siempre su autoría.
La Salve es un maravilloso ejemplo de lo que significa una oración "esencial". En ella se hace una única petición: et Iesum, benedictum fructum ventris tui, nobis post hoc exsilium, ostende.
Esta única súplica va precedida de un saludo (Salve, Regina, Mater misericordiae, vita, dulcedo, et spes nostra, salve) y de una breve presentación (Ad te clamamus, exsules filii Evae; ad te suspiramus, gementes et flentes in hac lacrimarum valle). Termina con una brevísima "coda": O clemens, o pia, o dulcis Virgo Maria.
Saludo:
El saludo es una sucesión rápida pero abundante de piropos, que tienen la función de atraer la mirada y ganar la benevolencia de la Santísima Virgen.
Los latinos dirían que es la captatio benevolentiae con la que debe comenzar todo buen discurso.
- Salve es el típico saludo latino, respetuoso y familiar al mismo tiempo, y ciertamente, no tan solemne como la traducción española: "Dios te salve". Es simplemente un augurio de buena salud.
- Regina: es el primer piropo de la oración. Es verdad que María es Reina, pero no es normal que un hijo llame así a su madre: Nosotros no nos dirigimos a nuestras madres recordándoles sus títulos: "Doctora o licenciada"... Si alguna vez lo hacemos está claro que hay de por medio una intención bien concreta: Queremos llegar a nuestra madre por el lado femenino -toda mamá guarda siempre algo de la coquetería femenina- para obtener mejor lo que deseamos.
Por otra parte, este título también nos recuerda -a María y a nosotros- que Ella, por ser reina, es poderosa y puede concedernos lo que le pedimos.
- Mater misericordiae: Inmediatamente después la oración pasa al título más querido por nosotros: Mater. Y además, con un matiz especial: misericordiae.
El que suplica quiere salir al paso, cuanto antes, de una posible objeción: Es cierto que él no se presenta con méritos y que no tiene ningún derecho para obtener lo que pide.
Su único argumento es que Ella, María, es misericordiosa.
También el Mater misericordiae se podría traducir, aunque no es el sentido de esta oración, como "Madre de la Misericordia", es decir, Madre de Cristo, de Jesús, que es la misericordia infinita, como diciendo: "Tu hijo no tendría ningún problema en que me concedieras esto que te pido... Él es la misericordia misma".
- Vita, dulcedo: Apelativos muy tiernos y cariñosos. Creo que no hay oración mariana en la que le dirijamos nombres más dulces: "mi vida... dulzura...".
- Spes nostra: el adjetivo "nuestra" nos indica que cuando rezamos esta oración no nos presentamos a María como hijos únicos, sino junto con todos los hermanos.
Si ya de por sí es difícil a una madre resistirse cuando su hijo le pide algo, ¿Qué será cuándo se le presentan todos al mismo tiempo?
Presentación de la súplica:
Antes de entrar de lleno en su única petición, el suplicante se presenta a sí mismo y describe el estado en el que se encuentra:
- Clamamus: La traducción exacta es más fuerte que la que ordinariamente se usa en castellano.
No sería "llamamos" sino más bien "gritamos" o "clamamos".
- Suspiramus: Indica esa dificultad para respirar propia de aquél al que le asaltan las lágrimas o una pena muy grande.
Gementes et flentes: Describe dos formas de llorar: ruidosa y violenta una, suave y mansa la otra.
No hace falta más introducción para expresar que el suplicante no es feliz y que se encuentra en una situación de necesidad.
Exsules filii Hevae: Sin concretar sus penas, las resume todas ellas en su condición de pecador (hijo de Eva), desterrado de un Paraíso maravilloso que podría haber sido suyo.
Esta nostalgia del Paraíso perdido se hace más acuciante todavía en esos momentos de abatimiento y de tristeza que la vida tiene y que están maravillosamente sintetizados con la alusión a las lágrimas y con la imagen geográfica del valle: In hac lacrimarum valle. Mientras la montaña sugiere sentimientos de exaltación, luminosidad y fuerza, al valle, por el contrario, le acompaña la niebla, la oscuridad, la incertidumbre.
Petición:
Antes de hacer la petición, una última alabanza, precedida de una expresión sumamente coloquial: eia: ea, venga!, orsù dirian los italianos.
- Advocata: "Si Tú, que eres nuestra defensora, no nos ayudas, ¿a quién vamos a recurrir?".
Es una invocación que pone a María entre la espada y la pared...
Illos tuos misericordes oculos ad nos converte: El suplicante, antes de pedirle a la Santísima Virgen la gracia que necesita, le pide que le mire: ¿Cómo va a negar algo una madre cuando su hijo le está mirando a los ojos?
Por eso, el hijo le pide a María que, por favor, le mire. Pero, obviamente, no lo dice así, sino con un giro poético y finísimo: "Dirige hacia nosotros esos tus ojos misericordiosos".
De nuevo, otro piropo a María como mujer, y concretamente a sus ojos, cuya belleza natural se ve potenciada por el amor y la misericordia que en ellos se reflejan.
Finalmente, llegamos a la petición. En latín, por el hipérbaton característico, que pone normalmente el verbo al final, la construcción de la frase tiene un encanto especial: et Iesum, benedictum fructum ventris tui, nobis post hoc exsilium, ostende.
Refleja muy bien el titubeo, la indecisión, los anacolutos del que quiere hacer una petición difícil y no sabe cómo comenzar.
Una traducción literal sería ésta: "y a Jesús, que es el fruto bendito de tu vientre... a nosotros, después de este exilio... muéstranoslo".
¡Qué bien dicho! La idea es que nos deje entrar en el cielo, que nos alcance esa gracia. Pero no lo dice de modo tan directo y burdo, pues podría parecer una petición interesada.
El suplicante quiere expresar que lo de menos es el cielo; lo que a él le interesa es... ver a Jesús.
Obviamente, es lo mismo, pero dicho de modo más fino, más elegante.
Los momentos de abatimiento y de tristeza de esta vida están sintetizados con la alusión a las lágrimas.
Coda final:
La coda, que algunos atribuyen a san Bernardo, es el broche final y la despedida de esta hermosísima oración:
O clemens: Invoca la clemencia de María y muy discretamente hace referencia a nuestra condición de pecadores.
O pia: Alude a nuestra triste condición de hombres que sufren.
O dulcis Virgo, sintetiza todos los cariñosos apelativos que se le han dirigido a la Virgen a lo largo de la oración.
Y concluye de modo magistral pronunciando simplemente el nombre de la Virgen: María.
El último recurso para alcanzar de la Virgen la gracia de las gracias es pronunciar su nombre con un hilo de voz, con amor y mirándola confiadamente a los ojos.
Ciao.
No hay comentarios:
Publicar un comentario