lunes, 22 de agosto de 2011

¡Adios Santo Padre, gracias por vuestra visita!



Querido Santo Padre y Pastor de nuestra Iglesia Universal, Benedicto XVI:

Llega el momento de su partida. Es la hora que Su Santidad, se tome un merecido descanso después de estos intensos cuatro días en Madrid, dándonos un gran ejemplo de fortaleza, de Fe y de amor a Dios.
Su testimonio, nos ha fortalecido y nos ha renovado. Sus palabras nos ha dejado claro que para Dios nada es imposible, y que solo la Fe es capaz de mover los corazones más fríos y dormidos.
El millón largo de peregrinos que se ha congregado estos días en Madrid, y los millones de personas que desde todo el mundo hemos seguido por la televisión la retransmisión de todas las celebraciones, le agradecemos que, a pesar del calor que hemos tenido estos días en Madrid, su Santidad, no haya perdido en ningún momento la sonrisa y la alegría.

Imagino que muchas veces estaría cansado, agobiado por el calor, y que más de una vez, tendría ganas de haber cortado la ceremonia y haberse ido a descansar. Imagino que con la tormenta del sábado en el aeródromo de Cuatro Vientos, donde el viento y la lluvia aparecieron casi sin esperarlo, se le pasaría por la cabeza abandonar, pensando que todo estaba acabado. Pero no, siguió al pie del cañón, manteniendo la sonrisa, y sin perder en un solo instante la compostura, permaneciendo en el altar y dando un ejemplo que todos pudimos valorar y agradecer. Su gran espiritualidad y su unión es este Cristo nuestro, Cristo del amor, nos pone de manifiesto que solo la unión a Él, nos da la fuerza, que necesitamos para vivir en este mundo de adversidades y de contratiempos, y usted ha sido el mejor ejemplo de esa unión.

Ahora cada peregrino vuelve a su casa con el corazón lleno de Dios, y feliz por haber compartido con su Padre y Pastor, estos cuatro días de gozo y de encuentro fraterno, en torno al Vicario de Cristo en la tierra.
Es la hora de descansar y de meditar sus grandes y profundas palabras. Cada alocución, cada homilía, cada palabra y cada gesto suyo, han sido para todos nosotros, una gran catequesis que debe calar en nuestros corazones, y conservarlas, meditarlas y madurarlas, para que no caigan en saco roto y las olvidemos sin que hayan dado sus frutos.

La juventud de todo el mundo, vuelve renovada y feliz, por haber podido disfrutar de unos días de fraternidad, de cantos, de celebraciones y sobre todo de haber podido comprobar por ellos mismos, que la religión católica no es una religión de tristes y de oprimidos. Nuestro seguimiento a Jesucristo, es un seguimiento libre, alegre y que nos colma de felicidad, y no una religión de tristes y oprimidos, como desde algunos frentes nos quieren hacer ver.

Santo Padre, desde lo más hondo de mi corazón, y desde el de todos los corazones que lo queremos y lo admiramos, muchas gracias por su entrega, por su visita y por el amor que derrama sobre todos nosotros.

Adiós, Santo Padre y feliz regreso al Vaticano. Rece por nosotros, que nosotros lo haremos por usted, todos los días y le digo lo que le decía ayer, en la despedida el voluntario que le habló:

¡Vuelva a su casa cuando quiera, le estamos esperando con las puertas abiertas!

Ciao.






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