viernes, 19 de agosto de 2011

Las recetas de Benedicto XVI



El contexto es más dramático que la JMJ de Santiago presidida por Juan Pablo II.
Veintidós años separan dos frases: “Europa sé tu misma, vuelve a tus raíces”, pronunciada por Juan Pablo II en la Jornada Mundial de la Juventud de Santiago de Compostela, y “No os avergoncéis del Señor”, dirigida por Benedicto XVI a los jóvenes ayer en Madrid.
Como recordó el Rey en su discurso de bienvenida al Pontífice, mucho han cambiado España y el mundo desde la última JMJ celebrada en esta tierra (1989).
Apenas tres meses después de que Juan Pablo II se reuniera con los jóvenes en el monte del Gozo, la caída del Muro ponía fin a más de siete décadas de tiranía comunista.
Se abría un esperanzador panorama en el que el factor puramente espiritual había tenido un papel determinante sobre la Historia –sin el empuje del Papa Wojtyla no hubiera sido posible ni la disolución del “imperio” soviético ni la unificación de Europa, como recuerda hoy en LA GACETA el especialista Tomás Trigo citando a Gorbachov–.
Pero en estas dos décadas, la caída de las Torres Gemelas, la amenaza islamista, el nuevo crash económico o la propia crisis de Europa proyectan inquietantes sombras sobre el futuro.

El contexto en que se produce un nuevo encuentro de un Pontífice con los jóvenes en España, dos décadas después del primero, es más dramático. Sin embargo, la receta que ofrece el líder del catolicismo sigue siendo la misma que su antecesor: es preciso recuperar los valores cristianos. Si Juan Pablo II interpelaba al Viejo Continente en Santiago: “Europa sé tu misma, vuelve a tus raíces”; Benedicto XVI anuncia a los jóvenes de 2011 que "Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida”.

El Papa tiene los pies sobre la tierra y sabe que no sólo de oración vive el hombre, por eso, detecta las graves carencias económicas que sufren los jóvenes, la dificultad de encontrar trabajo, las injusticias y la violencia que ensombrecen su futuro e, incluso, el peligro que representan falsos paraísos artificiales como el de la droga. Pero su solución no puede ser otra que espiritual.
Lo de “menos crucifijo y más trabajo fijo” que coreaban cuatro alborotadores anticristianos en Sol implica no haber entendido nada, porque a quien corresponde lo segundo es a los gestores públicos.
Benedicto XVI no ofrece soluciones materiales –no es su cometido– pero explica que el rearme ético que supone recuperar las raíces cristianas tiene una traducción social y económica.
“Descubrir a Dios –dijo ayer en Barajas– alienta a los jóvenes y abre sus ojos a los desafíos del mundo en que viven, con sus posibilidades y sus limitaciones”.
En este sentido el Papa alemán sintoniza con su antecesor polaco, cuando subraya que la luz del cristianismo ayuda a “construir una sociedad donde se respete la dignidad humana y la fraternidad real”.

Una cosa es que Benedicto XVI tenga el título de Santo Padre y otra que resulte cómodo. Al contrario. Bajo sus formas suaves y comedidas, el Papa lanzó su mensaje de exigencia a los jóvenes para que se rebelen frente a “la superficialidad, el consumismo y el hedonismo imperantes”. Pero tampoco se olvidó de los poderes públicos que con su “persecución larvada” pretenden acosar a los jóvenes cristianos “queriendo apartarlos de Él, privándolos de los signos de su presencia en la vida pública, y silenciando hasta su nombre”.

El Gobierno español no ha facilitado demasiado las cosas en este sentido, con las campañas laicistas del zapaterismo o incluso con las advertencias más o menos veladas del ministro Jáuregui al decir que “no sería oportuno” que el Papa critique leyes como las del aborto, la eutanasia o la ideología de género.

El Santo Padre no tiene la culpa de que el Gobierno haya impulsado leyes que atentan contra la dignidad humana e incluso contra los derechos que recoge la propia Constitución española. Su deber es denunciarlas, y así lo hizo ayer al defender enérgicamente a los más inocentes amenazados por el crimen del aborto y poner frente a sus responsabilidades a “quienes creen que tienen el derecho a decidir quiénes pueden vivir”.

Y sin sentirse por ello intimidado porque ciertos grupos hayan pedido al fiscal general que estudie si sus palabras pueden ser delictivas, o porque ciertos medios de comunicación le dan la venia para que hable siempre y cuando sus mensajes “se concentren en asuntos de fe”.
Tiene gracia que sean precisamente los laicistas quienes coloquen inquisitoriales sambenitos a Benedicto.

Con todo, el mensaje del Papa en esta JMJ es radicalmente positivo, como lo es su fe en la juventud y su fe en España. “Aunque haya motivos de preocupación, mayor es el afán de superación de los españoles, con ese dinamismo que les caracteriza, y al que tanto contribuyen sus hondas raíces cristianas, muy fecundas a lo largo de los siglos”.
Hará falta tiempo y perspectiva para calibrar los frutos de este viaje –espirituales pero también humanos y sociales–, pero parece evidente que se dejarán sentir sobre esta España cuyo código genético es inequívocamente cristiano.

La sintonía entre el Papa y los jóvenes venidos de 193 países y cinco continentes es una realidad bien tangible, que se hizo explícita anoche en el acto de bienvenida en Cibeles, que sirvió para romper tópicos y clichés, ahuyentar el pesimismo y seguir creyendo que lo que transforma el mundo y mejora la sociedad no es nunca la violencia sino las convicciones.

Ciao.

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