martes, 7 de febrero de 2012

Vivir sin juzgar a nadie




Cada vez hay más y más leyes; las especialidades, así como el número de abogados, no dejan de crecer; vivimos en una sociedad partidista y competitiva; formamos grupos de todo tipo (religiosos, políticos, culturales, deportivos, étnicos,…), la más de las veces enfrentados con otros grupos; remarcamos las diferencias y evaluamos constantemente lo que es más sobre lo que es menos, lo mejor sobre lo peor, lo justo sobre lo injusto, lo verdadero sobre lo falso, lo bueno sobre lo malo, etc, etc, etc…
Vivimos, en definitiva, separados de todo lo que no coincide con nuestro ‘mapa’, viéndonos obligados a juzgar ‘lo otro’ y a justificar ‘lo nuestro’, sin que, necesariamente, ni la razón o el sentido común tengan relevancia en ello.
Veamos algunas presuposiciones que nos puedan ayudar a romper este círculo vicioso que nos impide, tantas veces, desarrollarnos y crecer como personas, pues nos separa y divide.
Las personas reaccionan según sus mapas internos. No respondemos al mundo tal y como existe, sino que reaccionamos según el mapa que tengamos de él.
Y ese mapa no es ‘la realidad’ sino el diseño hecho de la misma en base a múltiples filtros, entre los que se incluyen lo que consideramos nuestra identidad y nuestros valores, creencias, criterios, actitudes, recuerdos y ámbitos familiares, culturales y religiosos.
Y, obviamente, ese mapa es único y genuino de cada persona, así como lo es el nuestro.
Antes de que alguien pueda cambiar su forma de pensar, sus emociones, sus reacciones, etc., tiene que cambiar su mapa interno (y recordemos siempre que mi mapa no es el mapa del otro, y viceversa).
El significado funciona de forma dependiente del contexto. Todas las palabras necesitan algún contexto para adquirir significado. Se necesita un dónde, un cuándo, un con quién o un entorno para acercarnos a lo que se quiso decir.
Es conveniente acostumbrarnos a solicitar toda información que falte, que esté generalizada o distorsionada.
Todos los comportamientos son útiles en algún contexto. Toda conducta conlleva una intención positiva. Esto no justifica como correcto cualquier comportamiento; pero si llama la atención sobre el hecho de que en dicho contexto ese determinado comportamiento satisface alguna necesidad. En muchas ocasiones a una intención positiva se le aplica un filtro a través de conocimientos limitados e ideas erróneas, y la persona únicamente trata de hacer lo mejor que puede con los recursos de que dispone.
Las personas actúan eligiendo la mejor opción disponible.
¿Cuántas veces no entendemos las elecciones de los demás? Y cuando lo hacemos, es porque estamos en el “otros deberían actuar desde mi modelo del mundo” y, la principal respuesta a los ¿Qué le pasa? ¿Por qué…? ¿Cómo es que…? Es que No, no lo saben hacer mejor; eligen la mejor opción de que disponen en ese momento.
Hacemos elecciones estúpidas, desagradables, pecaminosas y destructivas pensando en que de alguna manera mejoraremos las cosas.
Darnos cuenta de esto, tanto respecto a los demás como a nosotros mismos, nos permite tratar a todos con más bondad y ternura y nos abre la puerta hacia el perdón
¿Cómo sería tu relación con los demás (familia, trabajo, parroquia, amigos, vecinos, etc.) si asumieras esta premisa?
Y, finalmente, recordemos que: La Gente es mucho más que su comportamiento.
Todos somos más de lo que nuestro comportamiento deja ver.
Es de extrema importancia separar el comportamiento de la persona. El mal comportamiento no hace mala a la persona; lo que puede demostrar es que la persona no tiene ni los recursos ni la capacidad de comportarse de manera diferente o que, sencillamente, se encuentra en un medio que no le permite sacar lo mejor de sí.
Veamos, por último, una actitud que puede ayudarnos a liberarnos algo de la tendencia a vivir en el enjuiciamiento mental. Es la de ser observadores.
El observador se disocia y trata de contemplar las experiencias como si de una película ajena a él se tratase y objetiviza su diálogo mental. Se habla a sí mismo de lo que ocurre y cómo ocurre; no entra en ‘leer la mente del otro’, interpretar y ‘reaccionar’. Así dejamos abierto el sentido de la curiosidad y tenemos, junto con las premisas anteriores, más cerca las actitudes de compasión, perdón, ternura, bondad, optimismo y esperanza.

Ciao.


1 comentario:

Teresa dijo...

Lojeda, magnífica reflexión en clave psicológica, que nos ayuda a comprender lo que subyace en el comportamiento ajeno. Merece una lectura detenida para reflexionarla. Gracias por compartirla con nosotros. Un abrazo y ¡feliz día!