domingo, 10 de junio de 2012

El humo de Satanás no sólo está en el Vaticano



Estupendo artículo encontrado en http://blogs.periodistadigital.com/dialogosinfronteras.php


Los últimos sucesos en el Vaticano nos están dejando anonadados. No es que la furia impetuosa de los detractores suene con mayor fuerza ahora que en el pasado, sino que el eco mediático nos alcanza como un bofetón en el rostro. Todos conocemos la intriga de la curia Vaticana, hay películas y libros en abundancia, pero eso no nos exime de sentir vergüenza por las luchas palaciegas de la curia.
Lo cierto es que Benedicto XVI está rodeado de personas y las personas somos todas pecadoras. Seguramente por ello mismo algunos predicen el fin de la Iglesia por no saber ésta adecuarse a los tiempos modernos.

Los hijos aventajados de la “fe adulta” o adulterada, según como se mire, piden una vuelta a la Iglesia de los primeros tiempos, despojada del poder mundano, sin Vaticano, sin curia. Al mismo tiempo que promueven una adaptación de la fe a la sociedad moderna, muy puestos en relajar la vida a los tiempos que corren. Es una contradicción que no termino de entender.
De un lado nos piden vivir sin poderes mundanos como en los primeros tiempos del cristianismo, pero su ideal como creyentes se queda en la suela de los zapatos de aquellos primeros testigos del crucificado que abandonaron todo por su causa.

Una se pregunta si los predicadores mediáticos que viven de adulterar la fe, acomodándola a una sociedad hedonista y propia del paganismo, no recuerdan que el mundo es el primer enemigo del creyente. El mundo con sus poderes y atractivos. Allí donde se posa el vivir a cuenta de la Iglesia, de los pobres, de una fe intelectual convertida en ideología, allí mismo nace el humo de Satanás que ahora se pavonea por los corredores Vaticanos.

La primera y conmovedora noticia sobre la joven Emanuela Orlandi desaparecida de manera misteriosa en 1983 en la Ciudad del Vaticano, despliega toda su intriga en rotativos confusos que hablaban de un secuestro para ser utilizada como esclava sexual. Se ha perdido el norte con los titulares y también con la probada honestidad de los informadores que antes de provocar una infamia, debieran contrastar fuentes.
Pero no ha sido así, se ha tirado del hilo de una mala traducción para asegurar que en la curia Vaticana existen orgias y fiestas que bien podrían denominarse dionisiacas o demoniacas. Pero la realidad es que en el original del texto no se habla en ningún momento de clérigos sino de personal de una embajada extranjera y de un gendarme que sería el encargado de escoger a las chicas. En cualquier caso ni en las mejores novelas de intriga tendríamos un argumento tan sólido para urdir una trama.

Con su estilo mordaz y cáustico lo desvela en su blog Pedro Fernández de Barbadillo, quien no deja en muy buen lugar a los supuestos becarios de los medios, concediendo que sean ellos los encargados de la citada traducción chapucera.

La segunda lectura nos la da el periodista italiano Victtorio Messori a cuenta de los papeles robados en las estancias del mismo Benedicto XVI y cuyo hurto se atribuye al mismísimo mayordomo del Papa.
En cierta medida deja caer el peso de los acontecimientos al escaso perfil de la curia en la marcha de la cosas. Estamos por tanto frente a la falta de santidad de quienes debieran ser sujetos de probada virtud.
Bajo mi punto de vista ese es un mal endémico que ha perseguido a la Iglesia durante todos los tiempos. Por tanto no estoy de acuerdo con el reputado periodista.

El idílico panorama de un cristianismo excelente, no ha existido nada más que en la imaginación de quienes utilizan los textos para sacar de ellos aquello que les conviene.
Las herejías y las apostasías fueron tan corrientes en los primeros siglos como lo son ahora. Y afortunadamente siempre ha sobresalido la excelencia por encima de la mayoría que suele ser bastante mediocre.

Basta recorrer el santoral para hacernos una idea de que cada época ha tenido sus intrigas palaciegas y sus hijos virtuosos que han sobresalido de entre la misma escoria que hoy nos rodea.
No hay que alarmarse con este bombardeo constante de escándalos. Si las piedras hablasen todavía saldría más porquería.
Lo que tenemos que mantener en claro es que no se nos pide adaptarnos al mundo sino transformarlo con la única fuerza de la gracia. Y para eso siempre se ha pedido mucha oración y bastante ascetismo para acostumbrarnos a dominar los sentidos.

Los que proclaman que sólo nos examinaran del amor, no sé si están pensando en ese amor que cita San Pablo, que se ha convertido en un himno que se lee en el sacramento del matrimonio y que debiera adornar las paredes de nuestras habitaciones:

“Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe.

Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada.

Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada.
El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tienen en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad.

El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá; porque nuestra ciencia es imperfecta y nuestras profecías, limitadas.

Cuando llegue lo que es perfecto, cesará lo que es imperfecto.

Mientras yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño, pero cuando me hice hombre, dejé a un lado las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo, confusamente; después veremos cara a cara. Ahora conozco todo imperfectamente; después conoceré como Dios me conoce a mí.

En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande todas es el amor”.


Carta de San Pablo a los Corintios 13, 1-13

Si ponemos esa excelencia como meta en nuestras vidas, seguro que mejoramos bastante las relaciones humanas que hay a nuestro alrededor. Podríamos afirmar que la corrupción dejaría de ser un mal endémico y aparecerían los millones sustraídos por arte de birlibirloque. Aparecería también el Códice Calixtino sustraído de la Catedral de Santiago y tirando del hilo encontraríamos a quienes siguen urdiendo intrigas palaciegas.


Carmen Bellver

Ciao.


1 comentario:

Unknown dijo...

Me gusto el estilo y el tema, muy interesante el artículo y coincido completamente con la que lo escribió. ¡Bien por ella!