martes, 6 de noviembre de 2012

Retazos de Juan Pablo II




Tengo grabadas tres imágenes inolvidables de Juan Pablo II:
Una en plenitud de fuerzas de su Pontificado, las otras dos, ya en los últimos tiempos de su vida.
Las tres me impresionaron de manera muy especial.

La primera, directa, un día al entrar en su capilla privada para celebrar la Santa Misa con él. Estaba de rodillas, preparándose para la celebración del Santo Sacrificio, sumergido enteramente en Dios, como penetrado e invadido por Él. Destilaba y trasparentaba cielo, Dios allí, presente.
La segunda, que todos pudimos ver por TV, en aquella escena de su llegada a Eslovaquia por última vez. Sin apenas voz, sin fuerzas, sumido en debilidad, moviéndose con gran dificultad, pero allí estaba él, misionero incansable, para anunciar una vez más, hasta el final, a Cristo, ser testigo de la Cruz de Cristo, esperanza única, con el cáliz de su pasión y de la caridad que apremia a volver a Dios, futuro único para los pueblos.
La tercera, también por TV, durante el último Via Crucis de su último Viernes Santo, muy pocos días antes de morir. Estaba de espaldas, agarrado, abrazado a la Cruz, en silencio que lo decía todo: Sólo Dios, sólo Cristo, sólo Cristo crucificado.
Las tres imágenes me evocan lo mismo: Un «amigo fuerte de Dios», para quien sólo Dios contaba y bastaba, y por eso «amigo fuerte de los hombres», por quienes entregó su vida. Así era él, así fue él.

Por eso, desde el inicio de su ministerio papal, pudo decir a la humanidad entera: «¡No tengáis miedo! ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo! ¡Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y políticos, los campos dilatados de la cultura, de la civilización o del desarrollo! ¡Abrid las puertas a Cristo, abridlas al Redentor del hombre. Sólo Él sabe lo que hay en el corazón del hombre!».

Todo su pontificado es como una invitación a este abrir toda realidad humana: La familia, la política, la cultura, a Jesucristo, a quien «nadie tiene derecho a expulsarlo de la historia de los hombres, si no quiere hacerla contra el hombre», porque Él, «Camino, Verdad y Vida», tiene que ver con todo hombre y con todo lo que le afecta. Nada humano le es ajeno.
En Él está la esperanza. «En Él, decía, tenemos la escuela para hallar el verdadero, el pleno, el profundo significado de palabras como «paz, amor, justicia».
Juan Pablo II fue un Papa abierto al futuro, lleno de esperanza, que alentaba la esperanza y la confianza, que son, decía, «las premisas de una actividad responsable y se cultivan en ese santuario íntimo de la conciencia en la que el hombre se halla a solas con Dios y percibe, por tanto, que no está sólo en medio de los enigmas de la existencia, pues está rodeado por el amor del Creador». 
Por eso los jóvenes le siguieron, aún le siguen y recuerdan; encontraron y encuentran todavía en él un hombre que los quería, los tomaba en serio y los alentaba en la vida.

Monseñor  Antonio Cañizares, cardenal prefecto del Culto Divino.

Ciao.

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