martes, 18 de junio de 2013

Violencia juvenil. La epidemia de nuestro tiempo



Cada vez estamos más preocupados por el aumento creciente de la delincuencia juvenil en España y en el mundo. Nuestros niños y jóvenes están siendo el centro de ifinidad de noticias sobre la violencia que están ejerciendo en nuestra sociedad, siendo las leyes dictadas para ellos una leyes poco apropiadas a los tiempos que nos ha tocado vivir. En la familia, en la calle, en el colegio... siempre hay un jóven o un niño violento que hace insufrible la situación familiar.
Aquí os dejo un informe americano, que cuando más lo leo, más veo que se parece a lo que hoy estamos viviendo en nuestro país.

Los menores de edad son los nuevos protagonistas de las crónicas violentas. El ejemplo estadounidense muestra, quizá, el inquietante futuro de la juventud en el mundo occidental. La violencia, alimentada por sentimientos de frustración, se incorpora a la vida cotidiana. En ausencia de valores, los niños se vuelcan hacia patrones de comportamiento extremos.

Jessica Robinson. Quince años. Entró en prisión a los trece. La acusaron de un delito de robo con violencia en el domicilio de sus abuelos y de intento de secuestro. Tuvo una defensa inadecuada en el juicio y fue inducida por el fiscal a reconocer su culpa, aun cuando las víctimas negaran el comportamiento agresivo de la acusada. Recuperará la libertad el 20 de junio del 2006.

John Dewberry. Veinte años. Lleva tres en el corredor de la muerte. Le acusaron de asesinato. Si no consigue los dólares suficientes para costearse un abogado que le ayude a presentar la apelación, nadie podrá impedir que sea ejecutado.

Christopher Peterman. Diecisiete años. Lo multaron con setenta y cuatro dólares por exceso de velocidad. No tenía dinero para pagar la infracción de tráfico, pues sólo reunió treinta. Fue arrestado y conducido a la prisión de adultos. Cuatro días más tarde lo encontraron muerto en su celda. Había sido torturado hasta la muerte por otros presos.

Pese al endurecimiento de las penas por delincuencia juvenil las estadísticas son rotundas. La represión no sirve como método disuasorio.
En los últimos veinticinco años, ciento setenta niños han sido condenados a muerte en Estados Unidos.
Los asesinos menores de edad son cada vez más numerosos y más jóvenes en este país. Hoy, 3.700 menores se encuentran en cárceles de adultos —las cifras difieren según la fuente—; de esos adolescentes, setenta fueron condenados a muerte por crímenes cometidos antes de cumplir los dieciocho años. Pero la irresistible ascensión de la violencia entre los jóvenes estadounidenses no es un hecho aislado. Aunque en Europa la agresividad no ha llegado a las cotas americanas, las cifras ascienden vertiginosamente. Basta repasar el calendario de la pasada primavera para darse cuenta de la trascendencia de este problema mundial.

El 20 de abril de 1999 doce alumnos y un profesor fueron asesinados por otros dos estudiantes en Denver (Colorado); ocho días más tarde, un adolescente la emprendía a tiros contra sus compañeros —mató a uno e hirió de gravedad a otro— en una escuela de Alberta (Canadá); el 29 del mismo mes, en Gloucester (Inglaterra), otro menor efectuaba tres disparos en plena aula, aunque esta vez la suerte quiso que no hubiera heridos; y el 13 de julio la Policía Nacional española detuvo a un joven del Llobregat, miembro de un grupo neonazi barcelonés, que anunciaba a través de Internet que planeaba perpetrar una matanza en un colegio de la capital catalana similar a la que tuvo lugar en Denver.

Al abrir el baúl de la delincuencia juvenil, se descubren muchos factores que conducen al comportamiento turbulento de los adolescentes.
El consumo de droga y de alcohol guarda proporción directa con los crímenes, cuyo número aumenta durante los fines de semana. Pero las drogas no son el único detonante de la violencia, al igual que no existe un único tipo de delincuente.
En opinión de Javier Bringué, pedagogo y profesor de Psicología de la Universidad de Navarra, la mayor parte de estas manifestaciones puede encuadrarse en tres apartados, que guardan relación entre sí: la violencia cuyo origen se encuentra en la pobreza, el aumento de seguidores de las ideologías fundamentalistas y el sentimiento de frustración de muchos menores.

Marginación e injusticia social

La violencia que proviene de situaciones de marginación y de injusticia social se da, principalmente, en los barrios más desfavorecidos. Los suburbios de Chicago reflejan bien esta realidad, en donde las diferentes bandas urbanas intercambian tiroteos a diario ante la impotencia de la Policía. Se trata de zonas donde la tasa de paro y de inmigración es muy alta.

Muchos países de la parte central y meridional de América sufren el mismo problema. El caso brasileño, con los meninos da rúa, ilustra esta desoladora realidad.
En Brasil viven cincuenta y siete millones de menores de edad; de ellos, unos treinta millones lo hacen en condiciones de abandono y de miseria; y, de esos treinta, aproximadamente diecisiete millones forman el grupo denominado meninos da rúa, niños para quienes la calle es su único “hogar”. Carecen de todo, lo que les provoca un profundo trauma interno y una inestabilidad emocional que les lleva a sentir indefensión ante todo cuanto les rodea. Por este motivo, buscan la protección del grupo y se introducen en bandas organizadas. Empiezan a convivir en un entorno de delincuencia, donde todo vale con tal de sobrevivir. Trabajan, en el mejor de los casos, como lavacoches, limpiabotas o vendedores de cualquier cosa. Pero los menos afortunados se prostituyen o se convierten en carteristas e incluso en narcotraficantes.
Para estos chicos, matar es un precio no demasiado alto porque viven en una sociedad en donde el asesinato de niños resulta habitual: Todos los días mueren cuatro a manos de los llamados “escuadrones de la muerte”.

Ideologías fundamentalistas

Para Javier Bringué, la segunda causa del aumento de la violencia juvenil radica en la adopción de ideologías fundamentalistas por parte de los adolescentes. En una época en la que prima lo moderado, el centro, ellos defienden las posturas más radicales y extremas.
Esto explica el comportamiento antideportivo de algunos aficionados de muchos deportes, las acciones de grupos de jóvenes de la izquierda radical o el rápido incremento de grupos neonazis en toda Europa.
En España, por ejemplo, se calcula que el número de “cabezas rapadas” oscila entre los 10.400 y los 20.800, según recoge el Informe Raxen sobre racismo y xenofobia presentado en agosto por la ONG Jóvenes contra la Intolerancia.
Esto significa que en menos de cuatro años la cifra de adolescentes de ideología nazi se ha multiplicado por cinco en nuestro país.
Estas bandas hacen apología del odio y reclutan en las puertas de los colegios a chavales cada vez más jóvenes, de trece y catorce años, para ir “a la caza” de travestis, mendigos o inmigrantes. Generalmente, se apoyan en chicos con bajas calificaciones que buscan destacar en otros ámbitos.
Alimentan su “cabeza” con atractivas revistas a todo color como Respuesta sonora y con grupos que declaran abiertamente hacer rock neonazi, también conocido como “música del odio”. Este fenómeno está cobrando gran importancia en Inglaterra, Francia y Alemania, donde las formaciones musicales xenófobas cuentan cada vez con más adeptos.

Sentimientos de frustración

Por último, Bringué destaca el sentimiento de frustración que padecen muchos adolescentes como principal causa de la agresividad infantil. Según este pedagogo, “la sociedad está enseñando a los menores a exigir derechos más que a cumplir deberes, de ahí que la mayoría de los niños no esté acostumbrado a que se le nieguen sus deseos”.

Fernando Sarráis, psiquiatra de la Clínica Universitaria de Navarra, defiende también esta idea cuando señala que “los adolescentes soportan peor la frustración. No son capaces de superar los baches de la vida, porque están acostumbrados a una excesiva protección familiar. No han sufrido negativas ni contrariedades ambientales. Su frustración engendra ira, y ésta se canaliza a través de la agresividad”.
Según este psiquiatra, la frustración existencial de muchos jóvenes se debe a que durante la infancia les ha faltado la compañía de sus padres. “Sus progenitores les han dado todo, porque no han podido ofrecerles lo que más necesitaban: el cariño. Por eso buscan afecto en las bandas urbanas, aunque tengan que someterse a normas y deban renunciar a sus principios”, indica.
Para Sarráis, la solución debe pasar por una infancia en la que los pequeños se sientan queridos: “Un niño que ha recibido afecto y al que se le ha enseñado a alcanzar sus objetivos mediante esfuerzo, es capaz de tolerar la frustracion, porque ya la ha experimentado durante la infancia y sabe que puede salir del bache”.

Sospechosos habituales

Algún medio de comunicación ya los ha calificado de “sospechosos habituales”. Cada vez que los adolescentes cometen actos violentos, la sociedad les apunta con el dedo. Da igual cuáles sean las circunstancias en las que se haya cometido el delito, ni siquiera importa el perfil del delincuente.
Sea lo que sea, la televisión, Internet, los videojuegos, la música o el cine aparecen como los “sospechosos” número uno.
Tanto es así que el Gobierno de EEUU ha declarado culpable a la industria del entretenimiento. En opinión de una buena parte del Congreso, “estas industrias deberían tener dolorosos cargos de conciencia por los mensajes violentos que distribuyen y que influyen decisivamente en el subconsciente de los más jóvenes”. Bill Clinton, en un encuentro en la Casa Blanca poco después de la matanza de Denver, reprimió públicamente a Hollywood y solicitó que se iniciara una investigación acerca de la cultura popular norteamericana.

Las opiniones son muy diversas. Hay quien acusa al entertainment del comportamiento turbulento de los jóvenes del mundo; otros, en cambio, estiman que se trata de pura demagogia, ya que estas películas, programas y músicas también las escuchan otros adolescentes que se comportan de forma pacífica.

—Hollywood: basta dar un paseo por el videoclub más cercano para encontrar una larga lista de títulos en los que la violencia es gratuita. Aunque la violencia siempre ha estado en las películas, parece que los valores que transmiten los protagonistas han cambiado.

“Antes las películas ofrecían modelos valiosos: John Wayne, Spencer Tracy o James Stewart. El espectador veía que estos personajes eran caballerosos, recios, valientes. Ahora, en cambio, no está claro cuál es el modelo que plantea el protagonista. Los niños no pueden identificarse con Rambo o Superman porque son irreales e inaccesibles. Si quieren ser Batman, se frustrarán”, explica el doctor b>Sarráis.

La situación ha llegado a tal punto, que muchos de estos violentos superhéroes han tenido que presentarse ante la Justicia. En Tejas, un chico de catorce años fue acusado de mutilar a una niña de trece y la responsabilidad se atribuyó al filme Asesinos natos, de Oliver Stone. En Luisiana, un adolescente dejó tetrapléjico al encargado de una tienda; según la policía, el joven había imitado una escena de la misma película. Hay más casos: hace unos meses, dos primos de dieciséis y diecisiete años mataron a puñaladas a la madre de uno de ellos en Los Ángeles. Según confesaron, el parricidio tuvo su origen en Scream.

—Internet: se trata de un problema nuevo al que no se sabe muy bien cómo hacer frente. Al penetrar en la Red, uno puede adentrarse en lugares que exhiben manifestaciones supremas de degeneración y de odio. No sólo hay pornografía; también mensajes xenófobos, apología del terrorismo...

El encanto de la libertad plena en Internet choca frontalmente con el temor al uso incorrecto de dicha libertad. En EEUU, llevan años queriendo solventar esta contradicción entre la Primera Enmienda y la preocupación de los padres por controlar los webs que visitan sus hijos. Se ha intentado bloquear el acceso a algunas páginas cuyo contenido podía influir negativamente en los adolescentes; sin embargo, la amplia extensión de la Red hace casi imposible esta tarea. Internautas y miembros de la industria coinciden en que la solución debe ser tecnológica; es decir, ofrecer a los padres mecanismos que veten ciertos accesos a sus hijos. De todos modos, la solución no es fácil.

—Videojuegos: “Mata a tus amigos sin cargo de conciencia”, “Entra en contacto con tu lado de frío y asesino”... son algunos de los anuncios que algunas empresas de videojuegos insertan en revistas juveniles. El contenido de algunos juegos virtuales es tan variado como macabro. Doom, Quake o Mortal Kombat son títulos que se han hecho familiares a partir de los recientes tiroteos escolares. La industria se defiende alegando que “los niños son capaces de distinguir la realidad de la ficción”; sin embargo, se ha comprobado que muchos de los asesinos juveniles pasaban largas horas delante de sus consolas jugando a convertirse en verdaderos criminales.

—Música: tras el análisis de diversos asesinatos perpetrados por menores, se ha comprobado que el tipo de música que éstos escuchaban era muy similar. Dylan Klebold y Eric Harris, los dos asesinos de Columbine, eran fans de Marilyn Manson, un auténtico Satanás para la América conservadora. Muchos ciudadanos piensan que canciones de grupos como N.W.A, Eminem, Do Rammstein o KMFDM inducen al suicidio y a volar la cabeza del prójimo. “Cada niño que tiene un disco mío tiene también una Biblia en casa. Además, tiene padres con los que poder hablar”, se defiende Manson.

Las letras de estos grupos resultan muy ilustrativas. Basta un ejemplo de Eminem para hacerse a la idea: “Te estrangularé hasta la muerte y te golpearé otra vez, y te romperé tus jodidas piernas hasta que los huesos te salgan por la piel”. En España han aumentado notablemente las formaciones musicales que hacen apología de la violencia y el terror. Esta corriente surgió en los años ochenta, pero se ha consolidado en los noventa con la aparición del grupo División 250 Clan.

Asistimos a un fenómeno que está dejando huella en numerosos países. En Inglaterra, por ejemplo, se contabilizan trece bandas que componen canciones xenófobas y existe un movimiento neonazi llamado RAC, creado por el histórico grupo Brutal Attack. Y en Francia son ya quince los grupos activos de esta índole.

—Televisión: es el protagonista más antiguo en todo este asunto. Se calcula que antes de terminar sus estudios de Primaria, un niño de un país desarrollado contemplará unos ocho mil asesinatos y cien mil actos violentos en televisión. Muchos encuentran en estas cifras el origen de los comportamientos violentos; sin embargo, algunos expertos afirman que la violencia televisiva, por lo general, no afecta a los chicos, sino que es el tiempo que pasan ante la pantalla lo que realmente les deja huella.

El doctor Luis Rojas Marcos, presidente del sistema de Salud Pública de Nueva York, defiende que “los niños siempre han crecido fascinados por las historias violentas. Caperucita, Los tres cerditos... la mayoría de los cuentos infantiles está cargado de situaciones agresivas y esto no quiere decir que estos chavales sean violentos. La violencia en la tele no les afecta tanto, porque se tienen que dar otros factores para desembocar en actuaciones agresivas. Lo que realmente les impacta es el tiempo que pierden y que les impide desarrollar otras actividades más socializantes”.

Para el profesor Bringué, el hecho de que el niño vea, violencia es nocivo, “pero más aún cuando son sus padres quienes la observan con él, ya que parecen aprobarla”. Al igual que Rojas Marcos, apoya la idea de que los medios no tienen la culpa, ya que “simplemente, ofrecen a los menores esa atención que sus padres les niegan”.

No existen respuestas simples a problemas tan complejos. Por este motivo, pese al esfuerzo por encontrar una solución para combatir esta epidemia de violencia, nadie ha dado con la fórmula mágica. Sin embargo, entre las opciones tomadas por diversas naciones, se observan —además de la basada en la represión como modo de castigar a los culpables y ejemplificar al resto de la sociedad— dos líneas principales: la reeducación y la reinserción social de los delincuentes. Dentro de la primera se encuentran Francia o España, mientras que en la segunda destacan Gran Bretaña y EEUU.

Soluciones complejas

En Francia se ha apostado por la prevención. Por ese motivo, desde 1996 se llevan a cabo ciento treinta y cinco propuestas para la prevención y tratamiento de la delincuencia de menores. Se busca sancionar a los padres que se desentiendan de la conducta de sus hijos, hacer que las escuelas recurran menos a la expulsión de los alumnos conflictivos, crear redes de atención psiquiátrica para adolescentes, dar más asignaciones presupuestarias a los jueces de menores o instaurar programas personales socio-educativos para cada menor encarcelado.

Para la reinserción social de delincuentes menores funcionan, desde setiembre de 1996, las Unidades de Seguimiento Educativo Reforzado (UEER). Cada una cuenta con un proyecto educativo propio, acoge sólo a cuatro o cinco adolescentes —durante un máximo de tres meses— para que tengan un seguimiento individualizado por parte de otros adultos. Ya han pasado por estas instituciones ciento sesenta jóvenes de dieciséis y diecisiete años, de los que un tercio procedía de la cárcel y el resto de diferentes centros especiales. Tras su estancia en las UEER, el 10% vuelve a vivir sin problemas con su familia, pero el 13% es encarcelado de nuevo.

En 1998, la ministra de Justicia, Elisabeth Guigou, paralizó la apertura de nuevas UEER y las sustituyó por los Dispositivos Educativos de Refuerzo (DER). Hoy existen trece y se espera alcanzar rápidamente los cincuenta.

En España, con la Ley de Responsabilidad Penal del Menor, que entrará en vigor en febrero del 2000, se podrá privar de libertad a los menores de trece años, pero se impedirá que los jóvenes de entre dieciséis y dieciocho vayan a la cárcel.

Política anglosajona

En Gran Bretaña, en cambio, se aplica una política cada vez más severa. Las autoridades piensan que los jóvenes delincuentes de hoy serán los criminales de mañana si no se actúa con contundencia y se les enfrenta a sus responsabilidades. Así, a pesar de la polémica, el pasado abril se inauguró en Medway (Kent) un reformatorio con medidas de alta seguridad que acogerá a cuarenta adolescentes de entre doce y catorce años con antecedentes penales y reincidentes —casi siempre en el robo—. El Ministerio del Interior insiste en que no es una cárcel sino “una institución educativa donde cada adolescente contará con ayuda individualizada mediante la cual se les inculcará nociones de responsabilidad”. El reformatorio de Medway y otras cuatro instituciones semejantes tienen una capacidad de doscientas plazas. Pero aún no se han llenado.

En marzo de 1998 entró en vigor una nueva legislación para los menores de entre doce y catorce años. Conforme al nuevo tipo penal, los jueces pueden condenar a los menores que cometan tres delitos a un máximo de dos años de reclusión y a ser reeducados en centros de seguridad como el citado anteriormente.

Hasta hace poco, la reeducación de menores británicos, salvo en caso de homicidio, se confiaba a las Unidades Municipales de Seguridad, donde los jóvenes eran recluidos para seguir un programa especial. Ese sistema permitía a las familias estar más cerca de los condenados, algo que no sucede con los actuales reformatorios.

La estrategia dura contra los delincuentes juveniles podría complementarse otorgando “nuevos poderes” tanto a la policía como a los tribunales para combatir el absentismo escolar. Si se llevan a la práctica estas propuestas, que no pocos consideran inviables y contraproducentes, los menores que falten alegremente a clase y se nieguen a volver podrán ser arrestados y conducidos ante la autoridad educativa local. Algunos padres se verán obligados a llevar personalmente a sus hijos al colegio o a contratar a una persona para que lo haga en su lugar. Stephen Byers, director de Calidad Educativa en el Ministerio de Educación, defiende que “el absentismo escolar no sólo perjudica a los niños, sino también a la sociedad, porque genera desempleo y crimen”. Por esta misma razón, los colegios demasiado propensos a expulsar a los alumnos conflictivos tendrán que someterse a inspecciones y justificar con detalle cada expulsión.

Con este sistema “se acabaron las excusas”, afirma el ministro británico de Interior. A la primera reincidencia anotada por la policía, los culpables y su familia irán ante los tribunales. La justicia será rápida y los culpables deberán responder de sus actos mediante la reparación directa a la víctima o con la realización de trabajos de interés social.

También en Estados Unidos la operación Night Light ha cosechado buenos resultados en gran parte de los Estados en los que se ha implantado. Pero el caso de Norteamérica es una historia aparte.

 Tatiana Herce

Ciao.

1 comentario:

Luis Manteiga Pousa dijo...

Especialmente grave es el caso de las bandas latinas, o de donde sean. Aunque con la patética Ley del Menor que tenemos poco se puede hacer. Ley lamentable aunque sus defensores la adornen en sus blogs con fotos bucólicas de menores, falseando la realidad, buenismo en estado puro.