sábado, 13 de julio de 2013
La envidia
A los envidiosos les causa mayor placer el mal ajeno que el bien propio.
Cuando uno levanta el vuelo, siempre hay alguien que dispara. No digas que te hallas estupendamente y sin problemas; eso suscita envidias, humilla.
No soportan tu éxito, tienes que hacértelo perdonar, diciéndoles que seguramente otros lo merecían más o que a ti te sonó la flauta por casualidad.
Quieren hacerte pagar la fama de que gozas o la suerte que tuviste frente a ellos. Les molestará incluso tu éxito póstumo. ‘No basta triunfar, hay que ver fracasar a otro’ (Gore Vidal).
Compararse demasiado con los demás obstaculiza la alegría, hace sufrir y lleva a despreciarse o bien a enorgullecerse. La envidia ha causado una gran parte de los males de la Humanidad desde el pecado original y el de Caín (Gn 4,3-8; 37,11; 1 Jn 3,12) (1).
En lo único que hay que rivalizar es en la caridad. El que ama quiere siempre el bien del otro; no le desea ningún tipo de mal (Avelino de Luis Ferreras, Amén al amor: Ser y vivir en cristiano).
(1) San Gregorio Niseno, La vie de Moïse II, párr. 256-260, Sourc Chr 1, 283-285.
Roque Pérez Rivero
Ciao.
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