Perdonar no es olvidar, ni excusar, ni resignar, ni siquiera reconciliar. Perdonar es, más bien, reparar algo que está roto.
“Es liberar un sentimiento negativo, su carga y las consecuencias que esta conlleva”, explica la licenciada Alicia López Blanco, psicóloga clínica y autora del libro "Cada vez mejor".
Por eso, no es solo una acción que hacemos a otro, sino algo que nos damos a nosotros mismos. También Gabriela Farinola, psicóloga clínica (UBA) y espiritual, coincide en el efecto liberador del perdón. “Perdonar es retirar la carga de rencor acerca de un hecho”, explica. “El único que se perjudica cargando semejante energía tóxica y pesada es uno mismo”.
Perdonar es un acto de voluntad que pone en marcha un proceso en el que también juegan la inteligencia, el corazón, la sensibilidad y el juicio.
La terapeuta mexicana Rosa Argentina Rivas Lacayo, que a partir de su experiencia con pacientes con cáncer fue descubriendo cómo el temor y el resentimiento pueden destruirnos hasta llegar, casi, a matarnos, hace treinta años comenzó la práctica de lo que hoy denomina “terapia del perdón”, en la que utiliza técnicas de meditación, reflexión y autoconocimiento para reconocer, cambiar y superar los dolores del pasado. “Cuando alguien nos ha lastimado, tendremos siempre que elegir entre uno de los dos caminos: el que nos lleva hacia el perdón o el que nos lleva a la amargura”, escribe en su último libro, Saber perdonar (Urano).
El primer camino nos dará libertad y capacidad de renovarnos; el segundo nos asegurará un corazón endurecido que puede quedar muerto de por vida”. Resentimiento, amargura, tristeza, infelicidad son el efecto negativo de no perdonar y, a la larga, la causa de graves enfermedades. Farinola lo ejemplifica claramente: “El concepto básico es el siguiente: pienso negativo, vibro negativo. Acumulo veneno y, en algún momento, este se materializa en enfermedades, pasando de mis cuerpos energéticos a mi cuerpo físico y mi mente”.
Alicia López Blanco
Ciao.
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