jueves, 24 de octubre de 2013

Saber


Ver donde los ojos no ven. Oír donde los oídos no oyen. Palpar donde los sentidos no perciben. Aprender que las cosas tienen un lado invisible, un sentido más profundo, una interpretación más densa. “La vida es más compleja de lo que parece” dice una canción de Kevin Johanssen.
Esta es una época que simplifica exageradamente las cosas. “No te hagas tanto la cabeza” le dicen a uno. Pero ¿De qué otro modo podría uno llegar a conclusiones más relevantes? ¿De qué otra manera podría uno lidiar con las cuestiones más complicadas de la vida?

Saber más no necesariamente conduce a la solución del conflicto, pero al menos así uno entiende lo que pasa. Por cierto que saber añade dolor.
La conciencia sensible siempre sufre más. Pero es preferible la vida examinada. Comprender no es solamente una necesidad para uno. Permite también comprender cómo es, cómo funciona, como ocurre el mundo de los otros. Eso abre puertas para la comunicación – y también muchos espacios para complicar las relaciones humanas. Así y todo, es mejor saber…

Nos rodea por todas partes la obsesión de sentir sin pensar. Hay una superficialidad sofocante en todas las cosas. Nadie quiere pensar, nadie quiere leer, nadie quiere ir más allá de lo obvio. Todo se reduce a un conjunto devastadoramente breve de consignas, declaraciones aprendidas, lugares comunes, afirmaciones políticamente correctas. Hay que reírse de todo.
La tragedia ajena ocupa un breve tiempo de nuestra atención y luego se vuelve a la farándula, al cuento corto, a la chirigota que pone fin a la cuestión.

La fiesta interminable – el sandungueo decía mi madre (espero que esta palabra no tenga alguna connotación impropia en algún otro país), los fines de semana largos y los “viernes chicos” como denominan en mi país a los días jueves, el embotamiento de los sentidos con la música estridente, el vapor etílico y otros vapores, todo ello como un desesperado intento de reducir a cero toda posible complejidad, todo posible dolor, el tedio de la conciencia.

Si uno suma la atrocidad del clip, el vértigo de las imágenes, los inacabables recursos audiovisuales en toda clase de aparatos virtuales, no queda más remedio que tomar distancia, huir de este tsunami que arrasa la sólida construcción del pensamiento.

Quiero saber. Aunque duela. Por más que cueste. Ya se ha dicho que el conocimiento no necesariamente mejora la vida. Pero, de un modo u otro, la enriquece.

Benjamín Parra

Ciao.

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