viernes, 11 de abril de 2014

Nuestra propia Cruz



Cada uno de nosotros, a lo largo de nuestra existencia, llevamos una cruz que, con mayor o menor dignidad, según sea nuestra forma de ser y de entender lo que nos pasa, mostramos o no mostramos.
Sin embargo, es cierto que Jesús nos recomendó que la lleváramos y que no la dejáramos en el suelo olvidándonos de ella (cf. Lc, 14, 27; Mt 16, 24; Mc 8, 34) porque era, es, la única manera, al menos, de hacer lo que Él hizo.
Y, por eso, la Iglesia católica tiene su propia cruz que somos, precisamente, nosotros mismos, piedras vivas que, a veces, somos más piedra que seres espirituales vivos en la fe.
Sin embargo, el camino de Jesús lo fue, más que otra cosa, de fe mostrada al corazón de los demás.
Él mismo fue el que definió, para nosotros, esta virtud cuando Tomás, en su incredulidad, manifestó su duda tras la resurrección: “Feliz el que crea sin haber visto” (cf. Jn 20,29), dijo.
Ese camino lo estableció para que nosotros, sus discípulos, hiciéramos de él nuestra senda hacia el Reino de Dios.
Pero, a veces tergiversamos esa fe porque nos interesa o porque los demás así lo quieren y somos y actuamos de forma políticamente correcta. Vendemos ese depósito profundo que Dios nos regala por una pasión por el siglo, tierra que pisamos por un tiempo.
Esta es nuestra cruz, nuestra propia cruz.

Ciao.

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