viernes, 19 de septiembre de 2014
El apóstol "fracasado"
El trabajo por el Evangelio es una tarea ardua, que exige esfuerzo porque con razón es sendero angosto, puerta estrecha. Muchos se niegan a creer, rechazan explícitamente el Evangelio. Hay quienes, desde su libertad, no aceptan a Jesucristo como el Salvador de sus vidas. Otros, por muchas causas, no quieren cambiar, piensan que ya lo saben todo, que ¡tantas novedades!, etc.
¿Cómo llegar a sus corazones?
¿Cómo comunicarles el Evangelio de salvación, mostrales el camino de la vida?
El corazón del apóstol sufre, la caridad pastoral queda herida. Es el mismo dolor de impotencia que S. Pablo tuvo que sufrir en el Areópago. La misma impotencia y dolor de Jesús: "Os aseguro que no me buscáis por los signos que habéis visto, sino porque comisteis pan hasta saciaros" (Jn 6,26).
Igual que el Señor se quejaba por sus profetas: "Pues bien sé que no me escucharán, porque es un pueblo de dura cerviz; pero se convertirán en sus corazones en el país de su destierro" (Bar 2,30). Y el Señor mismo advertirá a sus profetas: "Pero no me obedecieron ni me hicieron caso, sino que se obstinaron y fueron peores que sus antepasados. Cuando les comuniques todo esto, no te escucharán; cuando los llames, no te responderán" (Jer 7,26-27).
La tentación de la impotencia incita al apóstol a retirarse, a huir, a no negociar con los talentos, desistir de los trabajos evangélicos, bajo mil pretextos humanamente comprensibles.
Pero el sembrador al sembrar sabe que su semilla cae no sólo en tierra buena, la que sí da fruto, sino que cae también en el camino, en las piedras y en las zarzas. Sólo una pequeñísima parte de la Palabra sembrada llegará a germinar, por pura gracia y misericordia de Dios.
La impotencia nos invita a desistir, la perseverancia a continuar pese a mil trabajos, incomprensiones, resistencias. Al mismo tiempo, como siempre, orando para que se ablande el duro corazón de los que pueden negarse a creer y rechazar la semilla sembrada. Porque, si desiste el apóstol, "¿Cómo creerán si nadie les predica?" (Rm 10,15).
En la perseverancia, en la paciencia, en un corazón anclado en los planes de Dios, el apóstol puede ser evangelizador: por encima del dolor que causa la cerrazón del corazón.
"No es a ti a quien rechazan", dice el Señor a Samuel y a sus profetas, para que no se sientan rechazados y heridos en su amor propio, "es a mí a quien rechazan" (1Sam 8,7). Así advertirá Yahvé a su profeta Ezequiel: "Y tú, hijo de hombre, no los temas ni tengas miedo de sus palabras. No temas, aunque te encuentres entre cardos y zarzas, y te sientes sobre escorpiones. No temas sus palabras, ni te asustes ante ellos, porque son un pueblo rebelde. Les comunicarás mis palabras, escuchen o no, porque son un pueblo rebelde." (Ez 2,6-7).
¿Cómo hacer? Si algunos se empeñan, se obstinan, pueblo de dura cerviz, en no querer escuchar ni recibir, ¿acaso es atribuible al apóstol esa cerrazón?
Deberá, por el contrario, perseverar con un corazón muy íntegro, diríamos que maduro, en seguir una y otra vez, predicando "a tiempo y a destiempo, oportuna e inoportunamente" (2Tm 4,2).
La constancia permanece firme. Una y otra vez, a pesar del fracaso, seguir echando las redes una vez más "en el nombre del Señor".
También será bueno añadir su correspondiente dosis de mortificación, de expiación, para reforzar el apostolado así como su oración personal constante intercediendo.
Javier Sánchez Martínez
Ciao.
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