domingo, 22 de febrero de 2015

El desierto de la Cuaresma



El desierto es el lugar contrapuesto a la tierra cultivada o rica en pastos, habitada por el hombre y transformada por su trabajo.
En cierto modo es lugar no humanizado. Asociado al caos primordial, es símbolo de la desolación y de la aridez. En el desierto sólo se piensa en lo básico y necesario: En el agua, la comida, el camino.
El desierto bíblico es período de enamoramiento de Dios y de Israel. Es experiencia del amor de Dios. Es período de prueba, es lugar de paso hacia la tierra prometida. No es meta ni ideal para la instalación permanente, sino paso que conduce a la libertad. El desierto es experiencia de la fuerza vivificadora de Dios, que da el maná juntamente con su Palabra.
En el desierto el pueblo israelita aprendió una lección importante: No es posible sobrevivir si no se es alimentado por Dios, si no se escucha su Palabra, si no se confía totalmente en Él.
Las tentaciones del desierto son superadas mediante la entrega y la fidelidad. En el desierto el hombre adquiere conciencia de su nada. En el desierto se producen los encuentros más hondos y sinceros. Para encontrar verdaderamente al hombre hay que ir al desierto.
Los cristianos somos convocados en Cuaresma al desierto, es decir, a la purificación, a la penitencia íntima del espíritu, al lugar de la lucha entre Dios y el ángel del mal, al lugar de la tentación.
El desierto cuaresmal es, sobre todo, oración. Solamente cuando nos despojamos de cosas queridas y nos exiliamos de nosotros mismos, comenzamos a tener a Dios a la vista y a mirar con una visibilidad nueva a los hombres.
El pueblo de Dios es pueblo peregrino, caminante, exiliado, que sabe que nunca puede instalarse definitivamente en el desierto, porque está devorado por la inmensa nostalgia de la tierra prometida. El desierto es la gran pedagogía de Dios, que educa a su pueblo para la eternidad.
La atracción del desierto es mística. Es el lugar donde mejor se descubre el conflicto de las pasiones. En el desierto la Palabra de Dios se convierte en maná que nutre y en agua que apaga la sed. Ir al desierto es caminar con Dios hacia la libertad, abandonando los valores esclavizantes de la sociedad. En el desierto, tierra sin caminos, se comprende mejor que el camino de Dios es su actividad salvadora. Recorrer los caminos de Dios es actuar siempre según su voluntad.
Para el cristiano, la búsqueda del desierto es la búsqueda de Cristo, Camino, Verdad y Vida. No hay más remedio que atravesar el desierto del mundo para llegar a la tierra prometida de la vida eterna.
Para el cristiano, el desierto cuaresmal debe ser, sobre todo, actitud o situación de conversión. El desierto cuaresmal espiritualiza porque crea afinidad con Dios y nos sitúa en la ruta del amor, para poder celebrar la Pascua del Señor, muerto y resucitado.

Andrés Pardo

Ciao.

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