sábado, 25 de julio de 2015

“Confesiones”



Siempre he mantenido que a Dios se le siente, no se le piensa, todo lo cual no es óbice para que pueda pensar en los efectos que Dios, o su ausencia, ha tenido a lo largo de mi vida.

Y es ahora, desde la experiencia que las canas avalan, cuando puedo afirmar que mi vida ha estado llena de altibajos, entre la esperanza y la desesperación, entre la alegría y la depresión, entre la inquietud y la paz.

Es ahora, al hacer balance, cuando puedo afirmar que las peores épocas de mi vida han coincidido con momentos en los que, por circunstancias del mundo material, me he alejado de Dios… No he tenido tiempo para Él, y obviamente, en justa correspondencia, Dios no ha tenido tiempo para mí, o teniéndolo a respetado mi voluntad y me ha dejado derivar a merced del mar de la vida y sus tempestades.

También he podido constatar que cuando en lugar de dedicar mi tiempo a resolver los siempre acuciantes problemas diarios, me he entregado a Dios, confiando en su divina providencia, las cosas han comenzado a solucionarse milagrosamente, dando paso a los mejores momentos de mi vida; los más serenos. Es entonces cuando me he dado cuenta de que lo importante no siempre es lo que aparentemente importa.

Es por ello que, cual voz que clama en el desierto, me he dedicado a compartir con los demás aquello que me ha permitido ser razonablemente feliz en medio de un mundo de dolor.

No puedo hablar por los demás, pero tengo todo el derecho a hablar en base a mi experiencia personal, así como compartirla fraternalmente con todo aquel que lo desee.

Lo cierto es que la mayoría de personas con las que hablo, creyentes o no, viven en un estado de angustia y preocupación permanente que a veces intentan disimular bajo un agrio humor, más mueca que sonrisa.

La cuestión es que si bien la estadística corrobora que el número de creyentes es bastante superior al de no creyentes, en la práctica son mayoría aquellos que viven de espaldas a Dios; bien porque no creen, bien porque no tienen tiempo para Él, o bien porque simplemente son muy “modernos” y pasan de Él, por considerarlo como algo anticuado, avergonzándose y ocultando su condición de creyentes.

Prueba de ello es que cada vez que escribo un post clamando por el respeto y amor a los animales, los “ME GUSTA” se duplican con respecto a los que obtengo cuando escribo sobre lo positivo del respeto y amor a Dios.

Vivimos en un mundo de dolor y tenemos para rato. No está en nuestras manos el cambiarlo, pero sí el intentarlo; yo por lo menos lo hago a diario en la medida de mis posibilidades.

Estoy legitimado para escribir sobre lo que es la vida sin Dios, porque la he sufrido en mis carnes. Estoy legitimado para hablar de lo que cambia la vida, para bien, cuando pones a Dios en el centro de ella, porque lo he experimentado personalmente a lo largo de los años. Lo que sería una necedad es que fuese por la vida negando la existencia de todo lo que no haya experimentado personalmente.

Compartir experiencias es bueno porque suma conocimiento y da luz. Compartir y pregonar “no experiencias” es compartir oscuridad.

El no creer es tan respetable como el creer. Ahora bien, negar dogmáticamente las experiencias ajenas, por el simple hecho de no haberlas experimentado personalmente, es algo que intelectualmente siempre me ha chirriado.

Antonio Gil-Terrón Puchades

Ciao.

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