jueves, 2 de julio de 2015

Palabra de Vida Julio 2015



“Tengan valor: Yo he vencido al mundo.” (Juan 16, 33)

Con estas palabras termina el discurso de despedida de Jesús a los discípulos en la última cena, antes de ser entregado a manos de los que le darían muerte. Fue un diálogo íntimo, durante el cual reveló la realidad más profunda de su relación con el Padre y de la misión que él le encomendó.

Jesús está por dejar la tierra y volver al Padre, mientras los discípulos permanecerán en el mundo para continuar su obra. También ellos, como Él, serán odiados, perseguidos, incluso les darán muerte (cf. 15, 18.20; 16, 2). La de ellos será una misión difícil como lo fue la suya. Él sabe bien las dificultades y pruebas que sus amigos tendrán que enfrentar: “En el mundo tendrán que sufrir”, acaba de decir (16, 33).

Jesús se dirige a los Apóstoles reunidos a su alrededor para aquella última cena, pero tiene presente a todas las generaciones de discípulos que lo seguirán a lo largo de los siglos, incluidos nosotros.

Aún en medio de las alegrías diseminadas en nuestro camino, no faltan los “sufrimientos”: La incertidumbre sobre el futuro, la precariedad del trabajo, la pobreza y las enfermedades, los sufrimientos provocados por las calamidades naturales y las guerras, la violencia doméstica y entre las naciones.
Existen además los sufrimientos relacionados con el ser cristiano: La lucha cotidiana por permanecer coherentes con el Evangelio, el sentido de impotencia frente a una sociedad que parece indiferente al mensaje de Dios, el escarnio, el desprecio y hasta la abierta persecución de parte de quien no comprende o se opone a la Iglesia.

Jesús conoce los sufrimientos porque los vivió en primera persona, pero dice:

“Tengan valor: Yo he vencido al mundo.”

Esta afirmación, tan decidida y convincente, parece una contradicción. ¿Cómo puede afirmar Jesús que venció al mundo cuando poco después de haber pronunciado esas palabras será tomado prisionero, flagelado, condenado, asesinado en la forma más cruel y vergonzosa? Más que haber vencido parece que ha sido traicionado, rechazado, reducido a nada y, por lo tanto, derrotado clamorosamente.

¿En qué consiste su victoria? En la Resurrección: La muerte no puede poseerlo. Su victoria es tan potente que también nos hace partícipes: Se presenta entre nosotros y nos lleva con él a la vida plena, a la nueva creación.

Pero aún antes su victoria fue el acto de amor más grande con el cual dio la vida por nosotros. En la derrota, triunfa plenamente. Penetrando en cada rincón de la muerte, nos liberó de lo que nos oprime y transformó todo lo negativo, oscuro y doloroso en un encuentro con él, Dios, amor, plenitud.

Cada vez que Pablo pensaba en la victoria de Jesús parecía exultar de alegría. Si Él –afirmaba- afrontó cada adversidad, hasta la suprema de la muerte, y venció, también nosotros, con Él y en Él, podemos vencer cada dificultad. Es más, gracias a su amor “obtenemos una amplia victoria”: “Tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida…, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Romanos 8, 37; cf. 1 Corintios 15, 57).

Se comprende la invitación de Jesús a no tener ya miedo a nada:

“Tengan valor: Yo he vencido al mundo.”

Esta frase de Jesús, que pondremos en práctica durante el mes, podrá infundirnos confianza y esperanza. Por más duras y difíciles que puedan ser las circunstancias en las que nos encontremos, tenemos la certeza de que Jesús ya las vivió y las superó.

Si bien no contamos con su fuerza interior, está él que vive y lucha con nosotros. “Si tú has vencido al mundo –podremos decirle cuando nos sintamos superados por las dificultades, las pruebas, las tentaciones– sabrás vencer también este ‘sufrimiento’.
A mí, a mi familia, a mis colegas de trabajo, lo que está sucediendo puede parecernos un obstáculo insalvable, nos da la impresión de no tener éxito, pero contigo en medio de nosotros encontraremos el coraje y la fuerza para afrontar esta adversidad, hasta “obtener una amplia victoria”.

No se trata de una visión triunfalista de la vida cristiana, como si todo fuera fácil y ya estuviera resuelto. Jesús es victorioso precisamente en el momento en el que vive el drama del sufrimiento, de la injusticia, del abandono y de la muerte. La suya es la victoria de quien enfrenta el dolor por amor, de quien cree en la vida después de la muerte.

Tal vez también nosotros, como Jesús y los mártires, tendremos que esperar la llegada al Cielo para ver la plena victoria sobre el mal. A menudo se tiene temor de hablar del Paraíso, como si fuera una droga para no afrontar con valor las dificultades, una anestesia para amortiguar los sufrimientos, una coartada para no luchar contra las injusticias. La esperanza del Cielo y la fe en la Resurrección son, en cambio, un potente impulso para afrontar toda adversidad, para sostener a los demás en las pruebas, para creer que la palabra final es la del amor que vence al odio, la vida que derrota a la muerte.

Por lo tanto, cada vez que nos topemos con una dificultad, personal, de cuantos están cerca o de aquellos que conocemos en distintas partes del mundo, renovemos la confianza en Jesús, presente en nosotros y entre nosotros, que ha vencido al mundo, que nos hace partícipes de su misma victoria, que nos abre el Paraíso adonde fue a prepararnos un lugar. De esta manera tendremos el valor para afrontar cada prueba. Todo lo podremos superar en aquel que nos da fuerza.

Fabio Ciardi

Ciao.


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