martes, 10 de noviembre de 2015

7 situaciones concretas en las que necesitarás los dones del Espíritu Santo



Estupendo artículo de Luisa Restrepo publicado en la página de Catholic-link.com, para conocer más a fondo a ese gran desconocido y que tanto nos ayuda en multitud de ocasiones.

El Espíritu Santo y sus dones nos resultan muchas veces desconocidos, pero es Él quien nos mueve, nos engrandece y nos hace mejores personas.

El Espíritu Santo nos resulta un desconocido y más aún sus siete dones. Por lo menos para mí, escribir este artículo ha sido todo un camino de comprensión y aprendizaje sobre quién es Él y como actúa en mi vida. ¡Y sigue siéndolo! pues creo que, todavía logro vislumbrar muy poco de lo que Él hace.

Yo lo veo así, la mayoría de las veces si actuara yo, y únicamente yo, las situaciones de la vida −desde las más pequeñas hasta las más complejas− se tornarían un poco distintas.
¿A qué me refiero? Me molestaría mucho más, diría más tonterías, sería más egoísta, me costaría muchísimo más rezar, comprendería mucho menos algunos misterios de la vida… Pero, hay una fuerza que habita en mi interior, que me mueve, me concentra, me hace pequeña y me engrandece; en conclusión, me hace mejor ser humano: El Espíritu de Dios que vive en mí, que no es otra cosa que el amor.
Son muchas las situaciones en las que nos estamos perdiendo (o no nos estamos dando cuenta) de lo que podría ser nuestra vida si dejamos que el Espíritu actué en ella. Acá les dejamos algunos ejemplos…

1. Don de ciencia.

Por la ciencia podemos conocer el verdadero valor de la creación en su relación con el Creador.  Podríamos ver este don en algo que nos pasa siempre, y que algunas veces nos damos cuenta y otras no: Estar frente a un gran paisaje y solo “vernos a nosotros mismos dentro de él”. El reto está en ser capaces del asombro, salir de nosotros mismos para ver más, ver a Dios en su creación y en ella reconocer su amor.

2. Don de sabiduría.

Es la capacidad especial para juzgar las cosas humanas según la medida de Dios, a la luz de Dios. Iluminados por este don, podremos ver desde el interior las realidades del mundo. ¡Imagínate como sería si viésemos las cosas como Dios las ve! El problema está en que la mayoría de las veces vemos y juzgamos las cosas desde nuestra perspectiva humana y esta, muchas veces, ¡Es tan corta! y se deja llevar tanto por emociones y criterios pasajeros que terminan empequeñeciendo nuestra vida. ¡Cuántas veces nos perdemos de cosas increíbles como una bonita relación por seguir los criterios del mundo!

3. Don del consejo.

El don de consejo actúa como un soplo nuevo en la conciencia, ayudándonos a ver  lo que es bueno, lo que nos hace felices, lo que nos conviene más. Nos pasa que frente a decisiones importantes en nuestra vida y cuando los demás se acercan a nosotros para pedirnos ayuda, no sabemos qué pensar, qué decir y menos como actuar… ¡Nos vendría tan bien abrirnos, estar en presencia de nuestro interior, de ese Espíritu que habita dentro! para ver, para apoyar, para aconsejar y saber actuar.

4. Don de la fortaleza.

La fortaleza nos hace obrar valerosamente lo que Dios quiere de nosotros, y sobrellevar las dificultades de la vida, para resistir las tentaciones de las pasiones internas y las presiones del ambiente.  Creo que ninguno puede decir que siempre es fuerte, que siempre resiste ante la tentación. Una de las realidades más evidentes que nos hace toparnos con nuestra humanidad, es que somos frágiles; allí es donde nos encontramos con Dios, cuando nos experimentamos necesitados de su fuerza. Por eso, nunca dudemos en pedirla ¡Pero a tiempo! antes de que sea demasiado tarde y, tentaciones como ver lo que no nos hace bien, nos ganen.

5. Don de la piedad.

La piedad sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura con Dios y con los hermanos. Mucho tiempo pensé que ser piadosa significaba rezar y rezar como las señoras que veía de niña en la Iglesia… Pero como don del Espíritu significa ponerme en los zapatos del otro, sentir con él. ¿Y cómo sentir lo mismo que Dios? ¡Pues buscando amarlo! ¿Y cómo lo amas más? Amando en esas pequeñas cosas a los demás: Diciendo una palabra de aliento, saliendo de mi comodidad para ayudar a otro, no queriendo tener siempre la razón. Así seremos de esas almas –como dicen por ahí– que no gritan, pero aman.

6. Don del temor de Dios.

Temor de Dios no es tenerle miedo porque es un Dios justiciero y castigador. Significa tener un espíritu maduro, consciente de la culpa y del peso de nuestro pecado, pero confiado en Su Misericordia. Es el temor de hijos, que proviene del amor. Como cuando éramos pequeños que no queríamos que nuestros papás se molestaran con nosotros, no por miedo, sino porque nos daba pena defraudarlos, hacerlos sufrir. El temor de Dios  implica en nuestra vida darle lo que es debido a Dios, que Él ocupe el lugar de Dios en nuestra vida y no otro. Darle el peso a nuestras acciones sobre todo a las que nos hacen alejarnos de Él. Un medio muy concreto es acudir as sacramento de la confesión cuando sea necesario ¡Así nos toque hacer una fila muy larga!

7. Don de inteligencia.

Es una gracia que nos ayuda a comprender la Palabra de Dios y a profundizar las verdades que Él nos enseña. Cuantas veces nos pasa que nos quejamos o nos quedamos cómodamente pensando: el cura habla mal, es enredado y aburrido, no le entiendo nada o, yo no hablo de mi fe porque nunca sé que decir, tengo muchas dudas… ¡Y hacemos tan poco para solucionarlo! Por experiencia propia les digo que la fe se fortalece cuando la entendemos, cuando profundizamos en ella y no nos quedamos conformes con lo que aprendimos cuando éramos chicos.

¡Para poder tener estos dones en nuestra vida, debemos pedirlos! Pidámosle al Espíritu Santo que derrame sobre nosotros sus dones y nos haga participes de su infinito amor.

Luisa Restrepo

Ciao.

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