lunes, 1 de febrero de 2016
Palabra de Vida Febrero 2016
«Como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo» (Is 66, 13)
¿Quién no ha visto llorar a un niño y echarse en los brazos de su madre? Suceda lo que suceda, sea cosa pequeña o grande, la madre le seca las lágrimas, lo cubre de cariño y al poco rato el niño vuelve a sonreír. A él le basta con sentir su presencia y su afecto. Así hace Dios con nosotros, comparándose con una madre.
Con estas palabras Dios se dirige a su pueblo que ha vuelto del exilio en Babilonia. Después de haber visto demoler sus casas y el Templo, después de haber sido deportado a tierra extranjera, donde ha experimentado decepción y desánimo, el pueblo vuelve a su patria y debe volver a empezar a partir de las ruinas que ha dejado la destrucción sufrida.
La tragedia vivida por Israel es la misma que se repite para tantos pueblos en guerra, víctimas de actos terroristas o de explotación inhumana. Casas y calles en ruinas, lugares símbolo de su identidad arrasados, saqueo de bienes, lugares de culto destruidos. Cuántas personas secuestradas, millones se ven obligadas a huir, miles encuentran la muerte en el desierto o en el mar. Parece un apocalipsis.
Esta Palabra de Vida es una invitación a creer en la acción amorosa de Dios incluso donde no se percibe su presencia. Es un anuncio de esperanza.
Él está al lado de quienes sufren persecución, injusticias y exilio. Está con nosotros, con nuestra familia, con nuestro pueblo. Conoce nuestro dolor personal y el de la humanidad entera. Se ha hecho uno de nosotros hasta morir en la cruz. Por eso sabe comprendernos y consolarnos. Precisamente como una madre, que sienta al niño en sus rodillas y lo consuela.
Hace falta abrir los ojos y el corazón para «verlo». En la medida en que experimentemos la ternura de su amor, conseguiremos transmitirla a todos los que viven inmersos en el dolor y en la prueba; seremos instrumentos de consuelo. Así lo sugiere el apóstol Pablo a los Corintios: «Consolar nosotros a los demás en cualquier lucha mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios» (2 Co 1, 4).
Es también la experiencia íntima y concreta de Chiara Lubich: «Señor, dame a todos los que están solos… He sentido en mi corazón la pasión que invade al tuyo por todo el abandono en que está sumido el mundo entero. Amo a todo ser enfermo y solo. ¿Quién consuela su llanto? ¿Quién llora con él su muerte lenta? Y ¿Quién estrecha contra su pecho el corazón desesperado?
Haz, Dios mío, que sea en el mundo el sacramento tangible de tu amor: Que sea tus brazos, que abrazan y transforman en amor toda la soledad del mundo».
FABIO CIARDI
Ciao.
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