jueves, 8 de septiembre de 2016

Caminar solo



Creemos que caminar solos significa caminar sin compañía, pero caminar solos significa mucho más: Caminar solo es una elección de vida, es valerse por si mismo física y espiritualmente, conocer el camino por el que vamos, ser capaces de sostenernos sin caer, dar cada paso con la ayuda de nuestra propia fuerza interior, apreciar con claridad el destino hacia el que nos encaminamos, sentirnos conscientes y seguros de estar caminando hacia donde realmente queremos ir, contentos, libres, sin ataduras. Esto es caminar solos.

Durante toda la vida necesitamos muletas para dar pasos sin caer:  Estas muletas son las reglas que nos dan nuestros padres, los tutores, los amigos, la pareja, los hijos, la religión, las creencias. Pero llega un momento en el cual existe la oportunidad de empezar a caminar solos, dejar las muletas y aventurarnos en la espesura sin mas horizonte que lo que vayamos encontrando por delante.
Esto pasa a todos alguna vez, y no importa el tiempo, la edad ni los compromisos que tengamos. Es cuando tomamos conciencia de que hacia donde vamos nadie nos puede acompañar, que estamos solos frente a nuestro destino que se cumplirá no importa lo que hayamos hecho. Está ahí y lo tendremos que enfrentar solos. Entonces es cuando se valida el tema de la soledad y el aislamiento en el ser humano.
Creo que es el único ambiente en el que podemos enfocarnos en la reflexión de lo que queremos encontrar en el trayecto a nuestra etapa final de la vida. El último paso. Y esto debe ser lo mejor que nos ocurra, porque para eso hemos caminado a lo largo de nuestra existencia, para encontrar el final. No nos equivoquemos. El final no es la muerte del cuerpo sino la vida del espíritu. Es ahí hacia donde vamos, ese es nuestro destino final, y es el propósito de porqué estamos aquí: encontrar el tesoro oculto de este largo peregrinar, la razón que buscamos para justificarlo todo. Y ahí está, expuesto en toda su plenitud y a la vez oculto para quienes no quieren ver. La felicidad verdadera es encontrar el tesoro al final del arco iris. La verdadera vida, la vida del espíritu, la eternidad que se nos prometió desde el principio. Muchos mueren buscando pero otros vivirán hasta el final para encontrarlo. Es una elección que está hecha desde siempre.

Vivir acompañado significa a veces renunciar a nuestra propia vida, a nuestros gustos y nuestros placeres para otorgar a otros lo que quisiéramos para nosotros solamente. Por eso pienso que cuando tenemos un fuerte individualismo y somos desdichados compartiendo o entregando, debiéramos admitir que estaremos mejor solos y no sentir culpa por ello. Sentir que la vida que vivimos tiene la responsabilidad de nuestras propias decisiones, que lo agridulce de ella es bienvenido sin importar qué lo provoque y que caminaremos sin culpas ajenas a nuestra espalda. Quizá sea la receta de la felicidad para los solitarios que no se sienten solos pero quieren asumir solos su propia vida.

No obstante, me doy cuenta que caminar solo es también dejar pasar la vida a nuestro lado y este sentimiento sin compartir puede llegar a ser muy triste. Que aunque los otros te hagan daño también te hacen feliz, que el dulce y agraz de la vida está en la comprensión de este hecho, y que la vida en si misma carece de sentido si no tenemos alguien por y para quien vivirla. El dilema es profundo y no puedo resolver hasta ahora esta disyuntiva. Estar sola me da libertad pero también me da vacío y despropósito, y en este mundo no puedes tener una cosa sin perder la otra. Si amamos demasiado, salvo que exista la suerte de ser amados en igual medida, perderemos en pos del otro, para el otro y por el otro. Pero si no amamos nos marchitaremos y será como morir cada día. Queremos el amor perfecto, pero no nos pertenece, es un don divino hecho para los ángeles. El amor humano es doloroso e imperfecto; está lleno de angustia y sufrimiento, pero no hay alternativa. El sentido de la vida es el amor, y si no tenemos amor nuestra vida carece de significado.

Primero habrá que aprender a enfrentar el dolor de la soledad; ésta en si misma no es dolorosa pero lo que la hace insoportable y amarga es nuestro estado espiritual. Si nos sentimos desamparados y creemos que la vida nos trata injustamente, nuestra soledad será poco soportable, pero si nos hemos nutrido interiormente y amamos las cosas tal como son y están, agradeciendo todo lo que podemos recibir de la naturaleza en su expresión mas simple, nunca nos sentiremos solos, aunque lo estemos físicamente. El hombre se tiene a si mismo y nada exterior puede darle conformidad en los momentos aciagos, excepto sus creencias y su fe en Dios y en si mismo. Todo lo demás se desvanece como las tinieblas antes del amanecer.

Por eso estimo que lo vertebral de la existencia no está en los demás sino en uno mismo, y cuando no hemos aprendido nada de nuestro mundo interno, nos aferramos a las cosas externas con desesperación, aunque aquellas cosas no sean mas que una ilusión. Ese apego no es otra cosa que el miedo a sentirse solo y desamparado. Pasa mucho con los ancianos, cuando han marginado sus vidas a un estrecho rango de vivencias entregándose por completo a los hijos y/o a la pareja; cuando éstos se van o se alejan, el anciano puede llegar a enfermar y morir. Pienso que es la razón por la que muchos viejos no sobreviven demasiado tiempo al abandono de sus familiares. Es la ley de supervivencia de los mas aptos que se cumple a cabalidad y siendo en justicia lo que debe suceder en toda especie, es un acto cruel porque todos hemos de pasar por ella. Lo que hoy haces a otros, mañana otros te lo harán a ti, y esto vale tanto para lo bueno como para lo malo. Es una cuestión de equilibrio, nada mas, por tanto es necesario notar estas diferencias al momento de actuar con los demás.

Marcela Ivonne

Ciao.