jueves, 24 de noviembre de 2016
Los doce grados del silencio
Es el silencio el que prepara a los santos, el que los comienza, el que los continúa, el que los acaba.
La vida interior podría consistir en esta sola palabra: SILENCIO.
Es el silencio el que prepara a los santos, el que los comienza, el que los continúa, el que los acaba. Dios que es eterno, no dice más que una sola palabra, que es el Verbo. De la misma manera sería de desear que todas nuestras palabras expresasen a Jesús directa o indirectamente. Esta palabra: SILENCIO,¡Qué hermosa es!
1º: Hablar poco con las creaturas y mucho con Dios:
Tal es el primero, pero indispensable paso en las vías solitarias del silencio. En esta escuela es donde se enseñan los elementos que disponen a la divina unión. Es aquí que el alma estudia y profundiza esta virtud, en el espíritu del Evangelio, en el espíritu de la Regla que ha abrazado, respetando los lugares consagrados, las personas y sobre todo esa lengua, en donde descansa tan a menudo el Verbo o Palabra del Padre, el Verbo hecho carne… Silencio al mundo, silencio a las noticias, silencio con las almas, las más santas: la voz de un Ángel turbó a María…
2º: Silencio en el trabajo, en los movimientos:
Silencio en el andar; silencio de los ojos, de los oídos, de la voz; silencio de todo el ser exterior, para preparar el alma a entrar en Dios. Por estos primeros esfuerzos merece el alma, en cuanto depende de ella, el oír la voz del Señor. ¡Qué bien recompensado es este primer paso!. Él, la llama a la soledad y he aquí por qué en este segundo estado, ella se aparta de todo lo que pudiera distraerla, se aleja del ruido y huye sola hacia Aquél que es Sólo. Ahí va a gustar las primicias de la unión divina y saborear los celos de su Dios. Es el silencio del recogimiento, o el recogimiento en el silencio.
3º: Silencio de la imaginación:
Esta potencia es la primera que llama a la puerta cerrada del huerto del Esposo y con ella las emociones extrañas, las impresiones vagas, las tristezas. Pero en ese lugar apartado dará el alma a su Amado pruebas de su amor. Presentará a esta potencia que no puede ser aniquilada, las hermosuras del cielo, los encantos de su Señor, las escenas del Calvario, las perfecciones de su Dios. Entonces ella también quedará en silencio y será la sierva silenciosa del Amor divino.
4º: Silencio de la memoria:
Silencio del pasado… olvido. Hay que saturar esta potencia del recuerdo de las misericordias del Señor… Es el agradecimiento en el silencio, o el silencio de la acción de gracias.
5º: Silencio de las creaturas:
¡Oh miseria de nuestra condición presente! Con frecuencia el alma atenta sobre sí misma, se sorprenderá hablando interiormente con las creaturas, contestando en nombre suyo. ¡Oh humillación que ha hecho gemir a los santos! Entonces esta alma debe retirarse dulcemente en las más íntimas profundidades de ese lugar escondido, en donde descansa la Majestad inaccesible del Santo de los santos y en donde Jesús, su Consolador y su Dios se descubrirá a ella, le revelará sus secretos y le hará probar la bienaventuranza futura. Entonces le dará un amargo disgusto para todo lo que no es Él, y todo lo que de la tierra cesará poco a poco de distraerla.
6º: Silencio del corazón:
Si la lengua está muda, si los sentidos están en clama, si la imaginación, la memoria, las creaturas callan y producen la soledad, si no es alrededor, a lo menos en lo íntimo de esta alma de esposa, el corazón hará muy poco ruido. Silencio de afectos, de antipatías, silencio de deseos en lo que tenga de indiscreto; silencio de fervor en lo que tenga de exagerado; silencio hasta en los suspiros… Silencio del amor en lo que tenga de exaltado, no de esa exaltación santa de la cual es Dios el autor, pero sí de aquella en que se mezcla la naturaleza. El silencio del amor, es el amor en el silencio… Es el silencio delante de Dios, la hermosura, la bondad, la perfección… Silencio que no tiene nada de cohibido, de forzado; este silencio no impide la ternura ni el vigor de este amor, como la confesión de las faltas no impide el silencio de la humildad, ni el roce de las alas de los ángeles, de que habla el profeta, impide el silencio de su obediencia, ni el fiat impidió el silencio de Getsemaní, ni el Sanctus eterno impide el silencio de los serafines… Un corazón en silencio, es un corazón de virgen, es una melodía para el Corazón de Dios. La lámpara se consume sin ruido delante del Sagrario y el incienso sube en silencio hasta el trono del Creador; tal es el silencio del amor. En los grados precedentes, el silencio era todavía la queja de la tierra; en éste el alma, a causa de su pureza, empieza a aprender la primera nota de ese sagrado cántico que es el canto de los cielos.
7º: Silencio de la naturaleza, del amor propio:
Silencio a la vista de su corrupción, de su incapacidad. Silencio del alma que se complace en su bajeza, silencio a las alabanzas, a la estima. Silencio delante de los desprecios, de las preferencias, de las murmuraciones; es el silencio de la mansedumbre, de la humildad. Silencio de la naturaleza a la vista de las alegrías o de los placeres. La flor se abre en silencio y su perfume alaba en silencio al Creador, el alma interior debe hacer lo mismo. Silencio de la naturaleza en la pena o contradicción. Silencio en los ayunos, las vigilias, los cansancios, el frío y el calor. Silencio en la salud, en la enfermedad, en la privación de todas las cosas, es el silencio elocuente de la verdadera pobreza y de la penitencia; es el silencio amabilísimo de muerte a todo lo creado y humano. Es el silencio del YO humano que se entrega al que es divino… Los estremecimientos de la naturaleza no pueden cortar ese silencio, porque está por encima de la naturaleza.
8º: Silencio del espíritu:
Hacer callar los pensamientos inútiles, los pensamientos agradables, naturales; estos son los únicos que dañan al silencio del espíritu y no el pensamiento en sí, que no puede dejar de existir. Nuestro espíritu quiere la verdad y le damos la mentira. Ahora bien, Dios es la verdad por esencia. Dios se basta para su Entendimiento Divino y, no basta para el pobre entendimiento humano. Por lo que toca a la contemplación de Dios continua, inmediata, esa no es posible por la flaqueza de nuestra carne, a menos de un puro don de su bondad; pero el silencio en los ejercicios propios del espíritu, es por los que toca a la fe, el contenido de su luz oscura. Silencio de los raciocinios sutiles que debilitan la voluntad y secan el amor. Silencio de la intención: pureza, simplicidad; silencio de las miras personales en la meditación, silencio de la curiosidad; en la oración, silencio de las operaciones propias que no hacen más que estorbar la obra de Dios. Silencio del orgullo que se busca siempre a sí mismo en todo, en todas partes y siempre; que quiere cosas hermosas, buenas, sublimes; es el silencio de la santa sencillez, des despojo total, de la rectitud. Un espíritu que combate contra tales enemigos, es semejante a esos ángeles que ven sin césar la faz de Dios. Es este entendimiento siempre en silencio que el Señor eleva hacia Él.
9º: Silencio del propio juicio:
Silencio relativo a las personas, silencio en cuanto a las cosas. No juzgar, no manifestar su opinión. Algunas veces, no tenerla, es decir, ceder con sencillez, si no se oponen la prudencia o la caridad. Es el silencio de la bienaventurada y santa infancia; es el silencio de los perfectos; es el silencio de los ángeles y arcángeles, mientras cumplen las órdenes de Dios. ¡Es el silencio del Verbo encarnado!.
10º: Silencio de la voluntad:
El silencio a los mandamientos, el silencio a las santas leyes de la Regla, no es por decirlo así, sino el silencio exterior de la propia voluntad. El Señor tiene algo más profundo y más difícil que enseñarnos: es el silencio del esclavo, bajo los golpes de su amo. Este silencio es el de la víctima sobre el altar, es el silencio del cordero que despojan de su lana, es el silencio en las tinieblas, silencio que impide el pedir la luz, al menos la que regocija. Es el silencio de las angustias del corazón en los sufrimientos del alma que se ha visto favorecida por Dios, y que sintiéndose rechazada, no pronuncia siquiera estas palabras: “¿por qué? ¿Hasta cuándo?”. Es el silencio del abandono, el silencio bajo la severidad de la mirada de Dios, bajo el peso de su mano divina; es el silencio sin más queja que del amor. Es el silencio de la Crucifixión, es más que el silencio de los mártires, es el silencio de la agonía de Jesucristo. Sí, este silencio es su divino silencio, y nada más comparable a su voz, nada resiste a su oración, nada es más digno de Dios que esta especie de alabanza en el dolor, que ese Fiat bajo la prensa, que ese silencio en el trabajo de la muerte. Mientras esta voluntad humilde y libre, verdadero holocausto de amor, se quebranta y se destruye por el nombre de la gloria de Dios, Él la transforma en su Voluntad Divina. ¿Qué es lo que falta entonces para su perfección? ¿Qué le falta aún para la unión? ¿Qué le falta para que se acabe de formar, Cristo en esta alma? Dos cosas: la primera es el último suspiro de su ser humano; la segunda, no es más que una dulce atención al Amado que tiene por inefable recompensa el beso Divino.
11º: Silencio consigo mismo:
No hablarse interiormente, no escucharse, no quejarse, no consolarse. En una palabra, callar consigo mismo, olvidarse de sí mismo, dejarse solo, enteramente sólo con Dios; huir de sí mismo, superarse de sí mismo. He aquí el silencio más difícil y sin embargo, esencial para unirse con Dios tan perfectamente como lo puede una pobre creatura, que con la gracia, llega muchas veces hasta ahí; pero, se para en este grado, no comprendiéndolo y aún menos, practicándolo. Es el silencio de la nada. Es más heroico que el silencio de la muerte.
12º: Silencio con Dios:
Al principio Dios decía al alma: “Habla poco con las creaturas y mucho conmigo”. Ahora le dice: “No me hables ya”. El silencio con Dios, ofrecerse a Él, adorarle, amarle, escucharle, entenderles, descansar en Él. Es el silencio de la eternidad, es la unión del alma con Dios.
Autor: Catholic.net
Ciao.
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