viernes, 17 de febrero de 2017

Entierra tus quejas



Había una madre que siempre se quejaba de que su hijo arruinaba demasiados zapatos. Un par de zapatos apenas le duraba unos meses.

Un día se quejaba con otra madre y le decía:

—No puedo aguantar ya a este muchacho; me hace gastar mucho dinero en zapatos.

—Dale gracias a Dios de que tu hijo arruina zapatos —le respondió la dama.

—Y el tuyo, ¿cuántos destruye al año?

—Mi hijo no puede caminar, es paralítico para toda la vida —le respondió con voz entrecortada.

¿Cómo te sientes cuando a menudo escuchas esa monótona conversación quejumbrosa de alguien con quien te relacionas? ¿Verdad que molesta?
Estoy segura de que todos conocemos a personas que se pasan el día quejándose por todo ¿Verdad?

No vale la pena quejarse a cada momento hasta de las insignificancias de la vida. Recordemos que lo que hablamos se queda grabado en nuestra mente, y de tanto repetirlo llegamos a creer que es verdad. Es así como una mentira adquiere legitimidad en la vida de una quejumbrosa. Entonces comienza a vivir en un mundo catastrófico, fatal e infortunado que ella misma ha fabricado.
El nivel de los sollozos aumenta cuando se encuentran con otras gemidoras que disfrutan contando sus desgracias a los demás.

Por el contrario seamos como Jonás:

"¡Yo, en cambio, te ofreceré sacrificios y cánticos de gratitud. Cumpliré las promesas que te hice. ¡La salvación viene del Señor!" (Jonás 2: 9).

Busquemos sabiduría en la Palabra de Dios y alabemos sus beneficios y bendiciones recibidas. Mejor demos gracias por todo lo que él nos da.

Ciao.

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