martes, 26 de septiembre de 2017

¡Señor, sálvanos!



¡Cuántas veces habremos dicho estas palabras o parecidas a Dios en momentos de tristeza y tribulación!

« ¡Señor, sálvanos!»

…Dios mío, mi corazón es como un ancho mar siempre agitado por las tempestades: Que en Ti encuentre la paz y el descanso.
Tú mandaste al viento y al mar que se calmaran, y al oír tu voz se apaciguaron; ven ahora a apaciguar las agitaciones de mi corazón a fin de que en mí todo sea pacífico y tranquilo y pueda yo poseerte a Ti, mi único bien, y contemplarte, dulce luz de mis ojos, sin confusión ni oscuridad.
Oh Dios mío, que mi alma, liberada de los pensamientos tumultuosos de este mundo «se esconda a la sombra de tus alas» (Sl 16,8).
Que encuentre en Ti un lugar de refrigerio y de paz; que exultante de gozo pueda cantar: «En paz me acuesto y enseguida me duermo junto a ti» (Sl 4,9).
Que mi alma descanse, te pido, Dios mío, que descanse de todo lo que hay bajo el cielo, despierta para ti sólo, como está escrito: «Duermo, pero mi corazón está en vela» (Ct 5,2).
Mi alma sólo puede estar en paz y seguridad, Dios mío, bajo la protección de tus alas» (Sl 90,4).
Que permanezca, pues, eternamente en ti y sea abrasada con tu fuego. Que elevándose por encima de ella misma contemple y cante tus alabanzas llena de gozo.
En medio de las turbaciones que me agitan, que tus dones sean mi consolación, hasta que yo venga a ti, oh tú, la paz verdadera…

San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la Iglesia -Meditaciones, c. 37

Ciao.

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