viernes, 2 de febrero de 2018

El odio santo


¿Existe algo así como un “odio santo”? ¿Cuántas veces has visitado una página web o un blog y has pasado un tiempo leyendo –y sintiéndote- entre entretenido o indignado con la amplitud de comentarios llenos de odio, chistes sarcásticos, vulgaridad, dobles sentidos, etc? 

A veces incluso habrás tenido la tentación de responder y empezar un debate intenso y bastante inútil con interlocutores desconocidos, que solo servirá para confirmarte en tus propias convicciones, además de darte un saludable sentido de alivio por haber cuestionado la ignorancia o ineptitud de otros.

El que tenga alguna experiencia en redes sociales o blogs sabe que hoy están infestados de comentarios llenos de odio o insultos (también conocidos como el discurso del odio).
Alguien, alguna vez, en algún blog, llamándose “católico”, ha empezado a valorar este discurso del odio como una forma de protesta legítima y valiente contra la deriva “modernista” de la Iglesia, aludiendo incluso a la parresía (discurso claro) de Jesús y algunos de los santos –como Santa Catalina de Siena- contra la corrupción de sus épocas.

¿Es correcta esa justificación? Tomemos el ejemplo de Santa Catalina.
En una carta al papa Urbano VI (en el siglo XIV) escribe: “Querido y Santo Padre… Ahora es el tiempo de desenfundar esta espada; odiar el vicio en usted y sus gentes, y en los ministros de la Santa Iglesia… Al menos, Santo Padre, que su desordenada forma de vida y sus malvados hábitos y costumbres sean erradicados por su Santidad”. Hay una condena ahí, y una muy clara.
Sin embargo, ¿Qué diferencia esta carta de las que he aludido antes? No encontramos odio ni ataques personales. Tan solo una condena firme y amable de acciones y actitudes.

Los ataques incendiarios y personales hacia los “herejes” no han faltado en la historia de la Iglesia, y me parece que algo así parece estar ocurriendo hoy en Internet contra el Papa y otras figuras de la Iglesia cercanas a él.
El Papa, y un cardenal tras otro, son insultados tan genéricamente como lo son los inmigrantes, el actor irritante de Gran Hermano o uno de los concursantes de Factor-X.
En otras palabras, el hecho de que Internet da la misma importancia a cualquier contenido significa que ya no se discute sobre hechos o ideas, sino sobre personas, que son directamente atacadas.
¿Es posible ejercer el disenso en la Iglesia de este modo, haciéndolo pasar por “Furia Sagrada”?
La respuesta es clara: ¡No! El discurso del odio, entendido como ataque público, a menudo anónimo, no a lo que alguien hace sino a lo que alguien es, no tiene nada de cristiano, incluso si la persona afectada fuera en realidad un “apóstata”, “hereje” o cualquier otra cosa.
El objetivo del discurso del odio no es la corrección o la reconciliación, sino la destrucción y humillación del adversario. ¿Hay algún antídoto disponible? San Pedro Fabro, jesuita y uno de los primeros compañeros de San Ignacio, aconsejaba a quienes iban a trabajar entre los luteranos que, antes de decirles nada directamente, debían “tener gran caridad por ellos y amarlos de verdad”.

Una mirada de verdad abierta a quienes creemos que están equivocados probablemente recibirá –todo sea dicho- menos Me Gusta en Facebook, pero podría cambiar sus corazones más que mil condenas.

(Articulo publicado originalmente en Project 22)

Cesare Sposetti, SJ

Ciao.

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