viernes, 16 de febrero de 2018

Viajar por la llanura



Hay días, incluso épocas, en las que parece que atravesamos largas e interminables llanuras. Son los momentos en los que solemos pensar que Dios nos ha dejado de lado. O que esto no merece la pena, que es demasiado difícil y que tal vez lo mejor sea tirar la toalla. Entonces, cuando todo parece tan monótono y tan difícil, es el momento de volverse a Dios y darnos cuenta de que le necesitamos más de lo que creíamos.

Hay viajes que son apasionantes. El coche sube y baja montañas altísimas, atraviesa valles profundos, bosques frondosos, se hacen paradas en ciudades bonitas para pasear o descansar, etc. En ellos todo resulta entretenido y parece que no hay ganas de llegar al destino.

 Sin embargo, otras veces toca viajar por largas carreteras rectas que atraviesan grandes llanuras. Kilómetros y kilómetros sin árboles, ni sombras. Rutas interminables, en las que no hay nada que nos llame la atención. Nada que mirar ni con qué distraerse. Momentos en los que se nos escapan bostezos, suspiros e incluso se nos cierran los ojos. En definitiva, los viajes por llanuras suelen ser monótonos, tediosos y pesados.

También la vida de fe es un camino. En él, muchas veces se nos hace fácil avanzar. Cuando vamos a experiencias en las que parece que creer es sencillo y que podemos comernos el mundo. O cuando en la oración no tenemos duda de que estamos sintiendo a Dios decirnos algo. Y otros tantos momentos en los que nuestro seguimiento de Jesús avanza a buen paso por montañas, valles y ciudades.

Pero hay días, incluso épocas, en las que parece que atravesamos largas e interminables llanuras. Son los momentos en los que solemos pensar que Dios nos ha dejado de lado. O que esto no merece la pena, que es demasiado difícil y que tal vez lo mejor sea tirar la toalla. Es precisamente en esas épocas cuando descubrimos que no somos tan fuertes como pensábamos y que no podemos comernos el mundo con nuestras fuerzas. Entonces, cuando todo parece tan monótono y tan difícil, es el momento de volverse a Dios y darnos cuenta de que le necesitamos más de lo que creíamos. De recordar esas experiencias, esos viajes por bellos paisajes y apoyarnos en ellos, sabiendo que eran verdad y que volverán cuando terminen las monótonas rectas y  llanuras. Pero, sobre todo, es momento seguir caminando, confiando no en nosotros, sino en Dios, pues la fuerza se manifiesta en la debilidad.

Dani Cuesta, SJ

Ciao.

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