lunes, 18 de junio de 2018
Las graduaciones: Luces y sombras
Una interesante propuesta de José María Rodríguez Olaizola sobre la proliferación de graduaciones casi para todo, y cómo eso lleva a que pierdan mucho de su sentido.
Y tú, ¿Te has graduado muchas veces?
No me negaréis que esto de las graduaciones se ha devaluado un poco. Porque sí, antes veíamos películas en las que la graduación era el final de un larguísimo camino. Y el esfuerzo acumulado hasta llegar allí era compartido. Por quien se graduaba, por la manera en que una familia apoyaba los estudios. Y había orgullo, reconocimiento, logros y un cierto paso a la vida adulta.
Pero eso era antes. Aquí quizás lo de lanzar los gorros al cielo no se repite –o no siempre, que aún nos queda un poco de estilo–, pero la parafernalia de las graduaciones sí que se ha extendido.
Porque no es que haya graduaciones cuando acabas la universidad, o cuando sales del colegio, que eso está bien.
Es que ahora hay que despedirte con honores cuando acabas la infantil, la primaria, la secundaria, el máster, y el cursillo de macramé de la academia del barrio.
Que, oye, me diréis que ¿A quién hace daño esa dinámica?
Y responderé que, daño, daño, quizás a nadie. Aunque un poco sí pervierte la trascendencia de pasos que, a base de repetirse, se van trivializando y pierden su sentido.
Porque en una graduación debería haber reconocimiento de un largo camino, valoración del esfuerzo, y un punto de excepcionalidad que es lo que le da trascendencia.
Pero cuando ya hoy en día te gradúas al minuto de empezar algo, se acabó lo del largo camino. Cuando a menudo la graduación es independiente de los resultados o los logros, se acabó el reconocimiento de lo conseguido. Y de la cultura del esfuerzo, mejor ni hablar.
Lo peor es que detrás de esto termina estando, en muchos casos, la exaltación del 'graduado', una vez más príncipe de la casa, reina de la familia, artista del mes. Y mira, digo yo que toda persona, alguna vez, merece un aplauso, un reconocimiento y una mirada llena de orgullo y cariño.
Pero a veces da la sensación de que precisamente quien más lo merece nunca lo va a tener, mientras que entronizamos una y otra vez a principitos que aún no han encontrado la salida del laberinto.
José María Rodriguez Olaizola, SJ
Ciao.
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