viernes, 31 de agosto de 2018

Silencio en la habitación. Un momento para reflexionar


Termina el ajetreo de un día ordinario. Aparatos apagados. Silencio en la habitación. Un momento para reflexionar.

Reaparecen preguntas sobre temas esenciales. Sobre la vida y la muerte, sobre lo bueno y lo malo, sobre el propio camino y el de quienes están a nuestro lado.

Todos necesitamos momentos para la reflexión. Los necesitamos, para que el flujo no nos arrastre. Los anhelamos, porque deseamos encontrar respuestas.

En esos momentos recogemos parte de esa marea de datos e informaciones que han llegado a nuestras vidas. No podemos seguir adelante con tantos hilos inconexos.

¿Hay pistas y señales que dan unidad a tantas experiencias? ¿Tiene sentido ese trabajo que realizamos cada día, quizá entre aburrimientos que confunden o entre entusiasmos que narcotizan?

No basta con las preguntas. Necesitamos luz para poner cada cosa en su lugar. Porque la vida no puede ser una corriente caótica que inicia casualmente y que termina de modo previsto o inesperado.

Miramos al cielo y queremos encontrar señales de ese Dios que da sentido a la historia. Miramos al corazón, donde vibran deseos de bondad como ascuas entre cenizas de problemas.

Dejamos que un viento fresco aleje, por unos instantes, todo aquello que nos aturde y encandila, para reflexionar en serio sobre la propia vida.

Entonces será posible reconocer esa luz que ilumina a todo hombre y que está presente desde que Cristo vino al mundo (cf. Jn 1,9). Una luz que guía nuestros pasos y permite orientarlos hacia una meta que apasiona: el hogar donde nos espera nuestro Padre de los cielos...

P. Fernando Pascual, L.C.

Ciao.



















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