viernes, 24 de enero de 2020

A ver si quedamos


Seguro que lo has dicho más de una vez en los últimos tiempos. Un "a ver si quedamos..." que enmascara la convicción de que esto no va a ocurrir pronto, porque los ritmos, la agenda, las prisas, las prioridades, la concreción... Así lo describe Alvaro Lobo Arranz

Puede que sea el tamaño de las grandes ciudades, la cultura que valora más el hacer que el estar o una agenda ultracomprimida, pero tengo la impresión de que cada vez es más complicado quedar con las personas.
Somos tan celosos de nuestro tiempo que nos cuesta mucho modificar la rutina cuando conlleva algo de renuncia.
Hay personas con las que conseguir tomar un café resulta más complicado que negociar el Brexit. Si coincide que puedo y no hay nada mejor, bien, si no, patadón arriba y ya se verá… O te adaptas a mí o no hay plan. Y esto empieza a ser generalizado, a mi al menos me pasa bastante.

Nuestra forma de actuar habla de lo que llevamos dentro, en lo profundo. Este modo de vivir que economiza las horas y calcula las relaciones en función del interés denota una paradójica pobreza: No soportamos la gratuidad. Darnos sin esperar nada a cambio. No es cuestión de dinero. Se trata del descentramiento que nos lleva al otro, que tiende puentes y genera vida.
Lo contrario hace que la realidad bascule siempre sobre nuestro ombligo y el virus del egoísmo nos contagia a la vez que estamos encantados de lo bonita que es nuestra vida. La falta de gratuidad nos lleva a ensismismarnos con nuestra propia solitud.
En nuestras latitudes el tiempo es de las cosas más valiosas que tenemos, a veces por encima de la salud y, por supuesto, del dinero. Un bien que se nos da y que muchas veces daríamos media vida por un instante. Es irreversible. No se puede recuperar. Pienso en la gente que marcó mi vida y fueron expertos en regalar su tiempo. Si nuestro uso del tiempo no nos abre a los demás tenemos un serio problema. Regalar tiempo es una forma de querer a las personas.
Ojalá seamos capaces de valorar este bien tan preciado, pero no para cuadrar nuestra agenda perfecta o para alimentar nuestro ego, sino para abrirnos a los demás y entregarlo en aquello que realmente merece la pena.

Álvaro Lobo, SJ

Ciao

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