jueves, 23 de abril de 2020

Reinventemos la rueda



Los animales utilizan una gran variedad de técnicas para moverse. Podemos imaginar desde animales que se arrastran para deslizarse por una superficie, hasta los que mueven aletas o alas para desplazarse a través del agua o el aire. Incluso podemos imaginar alguno bípedo.
Aunque normalmente tomamos a la naturaleza como fuente de inspiración por su modo de resolver problemas, porque optimiza los recursos y la energía que consume, el método más difundido para desplazarnos es la rueda, sin embargo, ningún animal las utiliza.
Las ruedas proporcionan una ventaja mecánica al usuario permitiendo desplazar objetos pesados más fácilmente. Esto es evidente para todo el que ha montado en bici, llevado el carro de la compra o empujado una silla de ruedas. Tenemos experiencia de ello.
Si es tan bueno, cabe preguntarse por qué no lo ha desarrollado ningún animal. Por una parte, existen restricciones evolutivas, pero no es menos cierto que las ruedas requieren otro invento previo que nos suele pasar aún más desapercibido: Las carreteras.
La condición de posibilidad para usar la rueda de modo masivo es disponer de unas vías por las cuales puedan utilizarse.
Un suelo liso, unos caminos en los que se manifiesten las ventajas de su uso ya sean de tierra, asfalto o raíles.
Las aletas, alas, o patas, son más apropiadas para terrenos agrestes y resuelven la necesidad, pero desde un punto de vista biológico, parece que desarrollar carreteras es demasiado poco egoísta.
Las infraestructuras que los animales se construyen son para beneficio propio, como los nidos o las telarañas, si otro animal quiere aprovecharse de ellas, se defienden por instinto.
En una carretera se invierten recursos y energía, pero se extienden de modo que no es posible usarlas sólo para provecho particular. Por eso, construirlas implica asumir que pueden serle útiles a cualquiera.
Las carreteras son un ejemplo de cómo conseguimos un beneficio abierto de un esfuerzo particular.
El invento de la rueda nos recuerda nuestra capacidad de romper moldes cuando descubrimos nuestros dones. Podemos ser tremendamente creativos para ponerlos al servicio de los demás, buscando el bien más universal.
Dando lo mejor de nosotros cuando parece que nuestro entorno se rige por el mínimo esfuerzo, siendo honestos aunque estemos en un contexto que nos incite a sacar provecho a costa de quién es más vulnerable, o dedicando un tiempo para la oración en un mundo acelerado e inquieto por hacer.
Podemos abrir nuevos caminos allí donde nos gustaría que las cosas fueran más rodadas. Ya lo hemos hecho otras veces, y nuestra fe nos dice que es parte de nuestra naturaleza.

Luis Delgado, SJ

Ciao.

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