miércoles, 3 de junio de 2020

Elogio del malestar


Pero, ¿En qué quedamos? ¿No es lo nuestro anunciar una buena noticia? Quizás este artículo de José María Rodríguez Olaizola pueda aclararnos algo...

Sí, sí, has leído bien. Elogio del malestar. Eso es exactamente lo que voy a hacer. Porque el bienestar ya tiene bastantes halagos y está envuelto en suficientes brillos. Y no, no soy un masoquista ni un amargado, ni tengo una espiritualidad sufriente de esas que cuanto peor mejor. No. Pero estoy un poco cansado de ver (y a veces caer en) dinámicas que llevan a que, en cuanto algo va mal, lo conviertes en fracaso, culpa o motivo para la huida.

«¿Qué estoy haciendo mal?» «¿Por qué me pasa esto?» «¿Cómo hago para salir inmediatamente de esta situación»? 
Esas tres preguntas, entremezclándose, terminan empujándome a cargar, además de con el malestar -que puede tener muchas razones- con el imperativo de conseguir el bienestar a toda prisa. Y esto, cuando es en aspectos más coyunturales de la vida, en fastidios de un día o de un momento determinado, aún tiene un pase, pero cuando es en situaciones más complicadas, donde el malestar -por los motivos que sean- puede ser algo más duradero, resulta muy peligroso.

Porque sí, a veces hay que luchar contra el malestar, pero otras veces toca aceptarlo, porque nace de situaciones elegidas, necesarias o valiosas por lo que pueden producir. No toda tormenta es evitable. Ni negativa. Hay batallas que tienen que ver con los compromisos adquiridos, con las convicciones que mueven tu vida, con la pasión que te alienta o con el amor –que tiene sus aspectos brillantes pero también sus exigencias–. Si el único criterio en la vida es el gusto interior, estamos perdidos.

José María Rodríguez Olaizola, SJ

Ciao.

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