jueves, 15 de octubre de 2020

El valor de los suspensos

En pocas afirmaciones estamos casi todos los españoles de acuerdo, una de ellas es que nuestro sistema educativo no acaba de funcionar. Y no porque los educadores no inviertan horas, esfuerzo y creatividad en mejorarlo, sino porque hay un caos estructural que nuestra visión cortoplacista no logra reconocer. 

Dependiendo de quién gobierne, el debate oscilará hacia la concertada, la religión, las humanidades y, como ocurre ahora, hacia el número de suspensos. Jamás se dialoga sobre lo que necesitaremos mañana como sociedad.

Resulta que la última propuesta del Ministerio de Educación pretende permitir obtener el título de la ESO y de Bachillerato con varios suspensos. Este buenismo ingenuo siempre penalizará a los que intentan hacer las cosas bien, el peaje que pagaremos todos será el derecho a poder suspender sin asumir las consecuencias, y por tanto obviamos una pedagogía que aprende del fracaso y del esfuerzo. 

Bajar el listón progresivamente no ayuda a los más vulnerables -hay otras formas mejores-, más bien invita al conjunto del alumnado a reducir trabajo y a resaltar con hechos que los resultados no tienen mucha importancia, perdiendo así su mérito y su valor.

El error no está solo en rebajar el nivel, quizás conviene mejorarlo. Aunque es políticamente incorrecto afirmarlo, a menudo nos olvidamos de los mejores alumnos -también de los que tienen alguna discapacidad y de todo lo que no huela a uniformidad-. En nuestro sistema educativo no tenemos en cuenta la importancia de la excelencia, y confundimos la igualdad con el igualitarismo, apoyar al alumno con ahorrarle el trabajo. Tenemos miedo a una sana competitividad que permita brillar a los buenos estudiantes, por eso solo pensamos en los mínimos y no en los máximos.

Si queremos tener una buena sociedad el día de mañana -de esto va la educación-, debemos formar también personas que se conviertan en la punta de lanza en sus respectivos ámbitos. No vale solo con hacer que todo el grupo tenga un buen nivel -algo que no se consigue rebajando la exigencia-, necesitamos que algunos destaquen para que nos hagan avanzar sirviendo más y mejor al conjunto de la sociedad. No se trata de que todos tengan un diploma porque sí, sino que el título que tenga cada uno certifique unos esfuerzos y unas capacidades mínimas, de lo contrario será un papel mojado y seguiremos divagando en la mediocridad generación tras generación.

Álvaro Lobo, SJ

Ciao.


 

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