sábado, 21 de noviembre de 2020

El Dios de los que no creen en Dios


También creen, por mucho que digan que no. Así lo ve Alvaro Lobo Arranz.

No es la primera ni la única vez que me pasa. Así en confianza y con buena voluntad me preguntan si todavía me creo la historia –que no el relato– de Adán y Eva, o en la misma línea, cómo habiendo tenido formación en ciencias me creo esto de la Biblia.
Pero el drama no acaba aquí, la ignorancia empieza a ser mucho más osada cuando el inquisidor –esta vez con hábito de ateo– da por supuestas afirmaciones atribuidas a Dios y a la religión en temas de historia, de Iglesia, de Teología y por supuesto en moral, como si los cristianos fuéramos ingenuos –por no decir idiotas– y ellos los nuevos ilustrados del siglo XXI porque han visto un par de documentales conspiranoicos en YouTube.
La verdad es que estas preguntas en parte rescatan nuestro lado más ateo. Porque es muy complicado creer en una imagen deformada de Dios, en una visión de la Iglesia negativa en manos de cine tendencioso o una teología y una moral a nivel de tercero de Primaria en el mejor de los casos.
Así es muy difícil –por no decir imposible– creer en Dios. Sin embargo, cuando uno descubre de primera mano qué significa esto de que Dios es amor, que la Iglesia es mucho más que corrupción y prensa amarilla y que en el cristianismo hay una sabiduría acumulada y largas horas de estudio, de trabajo y de servicio que ponen el bien de la personas en el centro de todo, la mirada cambia completamente. Tan sencillo como que el conocimiento auténtico lleva al amor profundo.
Este fenómeno que padecemos muchos cristianos tiene que ver con una realidad más palpable, que la ignorancia –por mucho que se revista de erudición– abre una puerta a la falta de fe y al prejuicio más osado. Tristemente es un fenómeno muy humano: Lo que no sabes te lo inventas. Si eres buena persona intentas sacar del engaño al otro, y si hay cierta maldad lo ridiculizas y te revistes de superioridad.
Pero sobre todo, se repite una y otra vez aquello de «la verdad os hará libres», pues cuanto más sepamos de la realidad, menos prejuicios tendremos y menos meteremos la pata.
Y sobre todo, el diálogo será posible y nos permitirá querer más al otro aunque nos cuestione su forma de vivir, porque de eso va ser cristiano.

Álvaro Lobo, SJ

Ciao.

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