lunes, 11 de enero de 2021

Escuchar la voz de la sabiduría


Hay personas que cuando hablan captan profundamente nuestra atención. Sientes, al escucharlas, como si te conocieran interiormente y te estuvieran diciendo lo que estás viviendo o experimentando. Son tan claras y simples sus palabras que no hay que hacer esfuerzo para comprenderlas. Son tan sencillas y hondas a la vez, que logran adhesión e identificación inmediata.
Estas personas son las que te ayudan a entrar al propio interior y te señalan el camino dónde encontrar las respuestas que andamos buscando. Te invitan a escuchar la Voz de la Sabiduría que habita en todos nosotros, porque es precisamente de esa fuente interior de donde brotan las suyas.
Las palabras que nacen de nuestro interior tocan la profundidad de todo ser humano. Y no necesitan ser elocuentes para convencer a nadie, porque se puede reconocer que en ellas hay verdad. Tienen un efecto sanador cuando están llenas de aceptación y reconciliación.
En la actualidad hemos convertido a las palabras, y a la comunicación en general, en un arma de destrucción masiva. Difícilmente hablamos con los demás buscando comunicar algo desprovisto de mezquindad e interés personal, sino que disparamos críticas y mensajes apocalípticos para favorecer la propia postura.
Lo que decimos ya no es un medio para descubrir la verdad sino para forzar y doblegar la razón de los demás. La autoridad de lo que expresamos no está en el tono, ni en la banda, bastón o sillón presidencial, sino en la verdad y coherencia de vida de quien la transmite. Las palabras que ofenden, reprochan, castigan o condenan, brotan de ese lado oscuro que todos llevamos dentro.
El discurso que se ejerce con violencia y prepotencia llevan el sello de la soberbia y el orgullo, porque maltratan y humillan. No utilicemos jamás las palabras como un arma para agredir cruelmente, sino para construir la concordia, buscar consensos e instaurar la paz. Jesús se dirigió a un demonio y le dijo: «Cállate y sal de este hombre». El demonio arrojó al hombre al suelo y dando un grito lo dejó en paz.

Ciao.

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