Como se descompone la luz cuando cruza un prisma, del mismo modo la sanación del paralítico dejó ver todos los matices de la redención del hombre. Y no todos gustaron por igual.
En las demás curaciones, una sola palabra, o un solo gesto, perdonaba los pecados del enfermo y sanaba su cuerpo. En este caso, sin embargo, Jesús pronunció dos palabras. Primero exclamó: Hijo, tus pecados te son perdonados. Y, más tarde: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa.
Si sólo hubiese pronunciado la segunda, si el Señor se hubiera limitado a sanar cuerpos, amainar tormentas, expulsar demonios y alimentar estómagos, habría sido rey en Israel, lo habrían aclamado las masas, y habría muerto de viejo, rodeado de vientres agradecidos.
Lo que perdió al Señor fue su afán de perdonar pecados. ¡Blasfema! ¿Quién puede perdonar pecados, sino solo uno, Dios? Y como blasfemó murió. Porque un curandero te resulta útil para conseguir tus fines, pero un Dios que te perdona se apodera de tu corazón al perdonarte. Y aquellos hombres, que querían salud, no estaban dispuestos a rendir el corazón.
Muchos hay dispuestos a rezar para obtener curaciones. Pero no todos ellos están dispuestos a confesar sus pecados.
Padre José Fernando Rey Ballesteros
Ciao.
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