Hay situaciones en las que solemos retrasar el encuentro con el Señor para otro momento: Aquellos días en que estamos cansados y perezosos, en época de estrés o cuando todo nos parece tan anodino que creemos que no tenemos nada que ofrecerle al Señor y desestimamos la invitación de pasar un rato con Él para otro día en que nosotros estemos mejor.
Y así, vamos postergando ese encuentro en pos de unas condiciones adecuadas que no se dan nunca. En realidad, todo momento es oportunidad de encuentro con Jesús y cuando no lo encontramos es porque nuestra mirada está autocentrada.
Tal vez sea poco lo que podamos ofrecerle o decirle en nuestra oración cotidiana, pero de no ofrecer aquel poco que tenemos, nos estaremos perdiendo la respuesta de Cristo, que siempre es generosa y supera nuestras expectativas.
Como aquel día, en que los discípulos no tenían nada más que darle que cinco panes y dos peces y, sin embargo, con aquello Él fue capaz de dar de comer a toda una multitud que le escuchaba...
Espiritualidad Ignaciana
Ciao.
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