La puerta de entrada a la misericordia es la gratitud. Una persona con mirada atenta reconoce el amor desbordante y gratuito de Dios en los detalles de la vida cotidiana. Él es la fuente de todo, incluso de los momentos más simples.
Quien sabe reconocerlo, experimenta un cambio de lógica: Las reglas de juego, los méritos y las exigencias ya no ocupan el lugar central, porque la vida se impone como el valor supremo.
Todo se vuelve más sencillo, más profundo, más alegre. Se descubre que quien verdaderamente gana es aquel que sea más generoso con los demás.
Es una lógica extraña para el resto del mundo, porque las matemáticas de Dios son diferentes.
Un corazón más consciente de esta gratuidad del amor de Dios condena cada vez menos, perdona mucho más, divide lo que tiene y lo multiplica para los demás.
Aprendamos, en este tiempo, a jugar con las reglas y los dones de Dios.
Espiritualidad Ignaciana
Ciao.
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