Uno de los grandes signos de Dios es la comunión en la diversidad. No nos referimos a construir “a pesar de” las diferencias. No, de hecho, es todo lo contrario.
En la familia o en el trabajo, en el colegio o en la universidad, la riqueza de la vida comunitaria está en discernir a partir de los distintos puntos de vista, en encontrar la armonía con los distintos tonos de pintura y en integrar las limitaciones… Sin romanticismos, pero con la confianza en que es Dios quien nos guía.
“¿Muéstranos un signo?”, le pedían a Jesús los sabios y entendidos de su tiempo. Nosotros somos ese signo.
Caminemos hacia el horizonte de ser un solo cuerpo, que se nutre, se transforma y se entrega. Pidámosle al Señor la gracia de “ver todas las cosas nuevas en Cristo”, empezando por la relación con nuestros hermanos.
¡Ese es un gran signo de amor!
Espiritualidad Ignaciana
Ciao.
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