Creo en ese Dios, no del dedo acusador, sino del que guarda silencio escribiendo en la tierra.
Creo en ese Dios, que me invita a mirar dentro de mí mismo, antes de juzgar a los demás.
Creo en ese Dios, que no airea pecados ajenos ni busca chivos expiatorios, para forjar vínculos comunitarios.
Creo en ese Dios, que protege a la mujer, del «excitado» poder varonil y machismo religioso.
Creo en ese Dios, que nunca cierra puertas y que siempre, siempre, despide poniéndonos en camino…
Seve Lázaro, SJ
Ciao.
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