El recuerdo de un daño que nos han causado en el pasado puede ser un obstáculo para reconocer a Dios. Es muy difícil perdonar de corazón, pero si no lo hacemos, nos negamos a dejar que Dios sea Dios en nosotros.
Prueba imaginarte a solas en una habitación:
Oyes cómo llaman a la puerta, y al abrir reconoces a Cristo. Enséñale la casa que es tu vida. Llévale a las habitaciones, a los acontecimientos qué más te han marcado.
Detente en aquellos que has experimentado gran dolor, y preséntale a las personas que lo han provocado. Diles, y dile también a Cristo, el dolor que aún sientes, y fíjate después en Él y mira cómo reacciona ante esas personas que le has presentado.
No te fuerces. Ni a realizar gestos que no sean sinceros ni a pronunciar palabras de perdón.
Déjale que saque al exterior tus sentimientos y tus palabras. Aunque sólo sean: «Quiero querer ser capaz de perdonar».
Espiritualidad Ignaciana
Ciao.
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