domingo, 18 de julio de 2021

Invertir con corazón


 “Allí donde está tu tesoro, también estará tu corazón”  (Mt 6, 19)

La tenencia de bienes materiales y la riqueza llevan el sello pecaminoso de nuestras falsas creencias, basadas en la existencia de una maldad objetiva de las cosas, en la culpabilidad humana y en que no somos dignos merecedores de lo bueno, sino del castigo que redime.

Pero las cosas no son así. Poseer bienes materiales, al igual que tener salud o felicidad, no son objetos de pecado, sino frutos naturales de la Creación benditos como todo lo manifestado. No existe un solo elemento en la Creación intrínsecamente “malo”. Salvo en nuestra creencia equivocada y falsa.

La verdad es otra, y todo cuanto existe a nuestro alcance participa de un estado de inocencia que nuestras creencias nos impiden ver y disfrutar.

Las cosas no tienen moralidad en sí mismas, no son buenas o malas, y mantienen una neutralidad moral cualquiera que sea el uso que hagamos o la relación establecida con ellas. Y es aquí, en el carácter de esta relación donde surge el conflicto, porque, si en la posesión de un bien hemos puesto nuestro afán, si en él hemos volcado el anhelo de nuestro corazón, entonces habremos establecido un vínculo que nos ata a la cosa y al mundo que representa, alejándonos de aspiraciones más elevadas . No es la cosa en sí o el bien lo que nos impide el vuelo, sino nuestra actitud interna, que consume en establecer “apegos” materiales la misma energía que habría de elevarnos.

Ese es el tipo de riqueza que obstaculiza el Cielo. Por eso, Jesús, que conocía la Ley, recomendaba no guardar tesoros en la tierra: “... Porque allí donde está tu tesoro, también estará tu corazón”. Invertir en el Cielo, en definitiva. Porque “invertir” compromete lo mejor de nosotros mismos: El CORAZÓN, expresado en sentido simbólico y no corporal, la “fuente de vida”, lo que somos, el SER.

Pues bien, sabe que es posible poseer bienes y riquezas y al propio tiempo mantener en Dios el corazón. Que es posible tenerlo todo invertido en el Cielo y sin embargo vivir en la tierra manejando los recursos que la vida pone en tus manos, pues no depende de las cosas mismas, sino de nuestra disposición interna en relación a ellas. Y sabe también que, quienes así lo entiendan y practiquen, podrán poseerlo todo sin que nada les posea a ellos.

Habrás observado que, sin citarla directamente, estamos señalando a la pobreza... Ésta, la pobreza, también es un asunto del Alma; una actitud interna que implica el saber discernir sobre el uso adecuado de lo que se posee, y llevarlo a cabo. Esa es la pobreza hecha virtud, la aconsejada y la que abre las puertas del Cielo. La otra, la pobreza material objetiva, no es garantía de nada sí a la vez no se acompaña de un gesto interno de “desapego”. Porque es posible carecer de bienes materiales y, sin embargo, ambicionarlos..., Con lo cual ya se ha invertido en ellos.

La sutileza de los procesos internos hace que estos pasen desapercibidos y, por esa razón, muchas veces nos encadenamos a situaciones anímicas insospechadas. Ignoramos, por ejemplo, que el solo hecho de desear ardiente e insistentemente un nuevo modelo de coche, o cualquier otra cosa, representa en sí haber “invertido” ya en él. Aunque nunca lleguemos a comprarlo.

Por el contrario, la carencia material puede surtir un indudable beneficio cuando es asumida voluntariamente, no como sacrificio, sino como gesto solidario con los desposeídos que suman sobre sí la mayor ignorancia y la impotencia. Los que ni saben ni pueden. En tales casos, la pobreza consciente tiene un efecto paliativo sobre el colectivo afectado, habiéndose constatado que en aquellos lugares donde un ser “despierto” ha optado por la pobreza, disminuye la pobreza general.

Lo dejo ahí, como una invitación a la reflexión. Que cada uno mire en su Alma y trate de descubrir sus inversiones...

Félix Gracia

Ciao.

No hay comentarios: