El otro día me preguntó un amigo: ¿Por qué estoy ansioso? ¿Por qué todo me afecta? Antes no me pasaba eso. ¿Será que la vorágine del mundo actual me ha robado la paz? ¿O es que estoy mal hecho?
Tu pregunta hoy es demasiado común, le respondí. Desde luego el ambiente, las noticias, el exceso de trabajo, el miedo al futuro que nos proyecta la sociedad y la paliza de los medios y las plataformas digitales contribuyen a ello. Si nos descuidamos, todos somos víctimas de esa angustia.
Y le expliqué algo sencillo que he descubierto:
Yo no soy uno, soy dos: El que se mira al espejo, recuerda su vida, se sabe con tal edad, tal profesión, tales recuerdos, es el hombre exterior. Resulta que cuando ese “yo” toma el mando, el de mi apariencia, mis logros, mis fracasos, mis enfermedades, mis amores y desamores, lo que me pasó o pienso que me va a pasar, que identifico con mi cuerpo, entro en desasosiego. Es mi personaje.
Pero hay otro “yo”, el yo interior, el de mi conciencia despierta, al que solemos dar la espalda. Este es mi yo primario, el otro es el secundario. Claro, tengo que vivir en esta vida de espacio y tiempo, con mi personaje a cuestas. Pero hay un “yo soy” interior que está en la verdad y tenemos olvidado.
¿Cómo liberarme de la angustia, la negatividad, el estrés?
Cambiando la óptica. Si vivo en el presente no hay angustia. Ayer ya pasó, mañana quién sabe. En este momento, expandiendo mi conciencia en un “yo soy” se me abre una ventana al infinito. En este momento eres tú mismo. Mucho más que tu físico, tu cuerpo, tus circunstancias. Hay una ventana dentro de ti, ábrela.
Silencia la mente, aparca los pensamientos, suelta amarras, navega sin saber ni elucubrar, respira el pedazo de Dios que ya eres.
Pedro Miguel Lamet
Ciao.
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