Nuestra vida cotidiana es un conjunto de experiencias muy dispersas, como las piezas revueltas de un puzzle. Pero también, como ellas, cada fragmento puede ser visto de forma aislada o como algo que tiene su lugar en el todo. Se nos pretende conducir a una manera de mirar la vida más unificada, que nos haga ver mejor la trabazón de cada pieza, de cada fragmento: Acontecimientos que nos suceden, éxitos o fracasos, disgustos o logros, amores, ausencias, desamores…
Deseamos verlo todo a la luz de una experiencia privilegiada: La del amor que envuelve toda nuestra vida. Caer en la cuenta de cómo afecta ese amor constante de Dios en nuestra manera de vivir el tiempo. Tiempo que se nos ha regalado, pero que tenemos que elaborar creativamente.
Buscamos integrar nuestro pasado, haciendo memoria de todo lo bueno recibido para no envejecer: es el lugar del recuerdo agradecido. Debemos capacitarnos para vivir regaladamente la vida, desde la presencia, no desde la nostalgia. Y, sobre todo, vivir nuestro presente en la seguridad de una comunión de vida y afecto. El amor nos habita y trabaja sin cesar en nosotros, nos hace taller de transformación constante.
Y prepararnos para vivir el futuro como ocasión de confianza y entrega. Comprender cómo todo desciende, el agua que vemos correr en su caudal admirable, nos conduce hacia arriba hacia la fuente. Como los rayos del sol hacia el astro mayor de nuestra vida.
La vida transformada es algo del corazón. Una luz, una chispa, una intensidad nueva: Se trata de mantener abierto el circuito, para que, cuando sea, y a la hora que sea, pueda saltar la comunicación. La atención debe ser muy fina, porque lo poco aquí, es mucho; lo más imperceptible, lo muy importante.
Chema Montserrat
Ciao.
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